jueves, septiembre 08, 2011

¿Bellum omnium contra omnes?


Nuestro sistema actual es una máquina universal para arrasar el medio ambiente y para producir perdedores con los que nadie tiene la más mínima idea de qué hacer”.
Susan George.

Bellum omnium contra omnes”, con estas palabras, Thomas Hobbes (1588-1679), proclamó que la "naturaleza humana" era una "lucha de todos contra todos", una lucha en la que todos somos lobos de nosotros mismos (homo hominis lupus). Dicha imagen de la naturaleza humana será reproducida a lo largo de toda nuestra historia, reforzada por los planteamientos de aquel pastor anglicano de Surrey, Thomas Robert Malthus (1766-1834) quien nos decía que el problema de este mundo no era el sistema social imperante, sino la reprodución de la especie humana. También por las erróneas interpretaciones a los planteamientos de Charles Darwin (1809-1882) sobre el origen de las especies, hechas por lo que se llegará a llamar "darwinismo social", una pseudociencia que reinterpreta (malinterpreta) la selección natural, planteada por Darwin, y la aplica a las relaciones humanas. Uno de sus principales exponentes fue Herbert Spencer (1820-1903). Cabe destacar que al igual que Karl Marx (1818-1883) nunca se declaró marxista, Charles Darwin nunca apoyó los postulados de estos "dawinistas" sociales.

Surge así la idea de una lucha por la supervivencia, en la que los más aptos serán los triunfadores. Nos cuenta Carl Amery que se llegó a concebir que "las miserias de las clases bajas no procedía de la poverté o de la inhumanidad innata del sistema industrial, sino de un material genético de menor valor" (Amery, 2002:29). Concepción que no sólo será defendida por los nazis en Alemania, sino que también será uno de los elementos medulares del capitalismo y que es la esencia de la figura de la "competencia".

Hemos reproducido hasta el cansancio el discurso del estado de naturaleza sin cuestionamiento alguno, sin darnos cuenta que el estado de naturaleza "no es una época real, cronológicamente anterior a la fundación de la Ciudad, sino un principio interno a ésta, que aparece en el momento en que la Ciudad es considerada tanquam dissoluta (algo similar, pues, al estado de excepción) (...) El estado de naturaleza hobbesiano no es una condición prejurídica completamente indiferente al derecho de la ciudad, sino la excepción y el umbral que constituyen ese derecho y habitan en él; no es tanto una guerra de todos contra todos, cuanto, más exactamente, una condición en que cada uno es para el otro nuda vida y homo sacer" (Agamben, 2003: 137).

La lógica del estado de naturaleza hobbesiano nos ha conducido a una zona de indistinción entre lo humano y lo animal. Una lógica que nos conduce al suicidio colectivo, en cuanto todos/as nos convertimos en los/as asesinos de nosotros/as mismos/as. Agamben nos dice que "esta lupificación del hombre y esta hominización del lobo son posibles en todo momento en el estado de excepción, en la dissolutio civitatis. Sólo este umbral, que no es ni la simple vida natural ni la vida social sino la nuda vida o la vida sagrada, es el presupuesto siempre presente y operante de la soberanía" (2003: 137-138).

En otras palabras, la reproducción del discurso del estado de naturaleza implica el mantenimiento de las estructuras y las mentalidades jerárquicas de la sociedad. Esto en cuanto la "mentalidad jerárquica fomenta la renuncia a los placeres de la vida. Justifica el trabajo pesado, el delito, y el sacrificio de los "inferiores", y el placer y la satisfacción indulgente de prácticamente todos los caprichos de los superiores" (Bookchin, 1999:23).

Se nos ha impuesto la supervivencia del más apto, desde prácticamente todos los aspectos de nuestra vida. La historia de Occidente se ha enmarcado en esa eterna lucha, en la que siempre ganarán los más aptos, que además se cubrirán con el manto de la moralidad: siempre están en lo correcto, son los buenos, los bellos, los que siempre tienen la verdad y por tanto también el derecho de sobrevivir. Nosotros, los "no aptos", estamos condenados, desde que nacemos, a morir, somos los morituri, los que sobramos en este planeta. Somos Homo Sacer, aquellos/as cuyas vidas son insacrificables, pero que cualquiera puede darles muerte. Somos nuda vida, un cuerpo sin existencia política y por tanto sin derechos algunos que nos permitan abogar por nuestra vida.

Desde niños/as se nos deja muy en claro que nuestra vida no se caracterizará por la búsqueda del placer, sino por el sobrevivir, por el competir. Nuestras vidas girarán en torno al homo homini lupus, y la debemos aceptar tal cual. Aceptar además que existe una naturaleza humana, y con ella, una condición innata de violencia, que no puede ser cambiada, sólo controlada.

Pero, como señala Jean Paul Sartre, “la existencia precede a la esencia” (Sartre, 1997:39), no existe una naturaleza humana, porque no existen dioses algunos que la determinen. La naturaleza humana es una de las mayores mentiras mejor elaboradas de nuestra historia. Con ella se mantienen intactas las estructuras jerárquicas de la sociedad.

Y si no existe tal naturaleza humana, tampoco existe esa violencia innata incambiable. Entonces, si no existe naturaleza humana, ni destino, ni dios alguno, eso significaría que cada uno de nosotros, como sujeto y como colectivo, existimos, sólo nos falta encontrarnos a nosotros mismos y con ello, determinar nuestra propia existencia. Tal vez, deberíamos aprendernos la máxima de Max Stirner (1806-1856), “Nada ni nadie sobre mí”, nada ni nadie sobre nosotros.

Pero, además, debemos tener presente que "el capitalismo, por emplear su nombre científico, no es el estado natural de la humanidad. Por el contrario, es un producto del ingenio humano acumulativo, un constructo social y, como tal, quizá el invento colectivo más brillante de toda la historia" (George, 2003:38) Y, a la vez, el accidente más catastrófico de toda nuestra historia.

Si el capitalismo tampoco es natural, y sólo es una construcción social, eso significa que también puede ser destruido. Es posible acabar con esa lógica que impregna a este sistema. No hay tal lucha por la supervivencia, lo que hay es una lucha por la acumulación, aquellos que quieren todo el pastel, que ya no quieren compartir las migajas que quedan. De ahí que la sobrepoblación no es en realidad lo que ha conducido a la destrucción, explotación y el uso irracional de los recursos, sino más bien la lógica de la acumulación la que nos ha llevado a esto.

Según Eudald Carbonell y Robert Sala “la estrategia de acumular alimentos forma parte de un comportamiento animal que perdura en el mundo de los primates humanos; un mundo en el que algunos continúan acumulando poder y riqueza siguiendo pautas etológicas y atávicas, condenando así, como cualquier otro animal, a grupos enteros de nuestra propia especie a la pobreza” (2002:76)

Cabe destacar, además, que los procesos de hominización que marcaron nuestra evolución, permitió la sobrevivencia de aquellos seres que ahora catalogamos como “no aptos”, que sin los avances tecnológicos de la época, no les habría sido posible sobrevivir. El descubrimiento del fuego, por ejemplo, “revolucionó la estructura social de la humanidad por que acentuó la cohesión social del grupo que lo usaba” (Carbonell/Sala, 2002: 119).

De ahí que, la “selección natural” fue contrastada por la “selección técnica”, no en los términos socialdarwinianos, sino que mediante la domesticación de animales y plantas, así como los descubrimientos medicinales, han permitido la sobrevivencia de personas que de lo contrario, no habrían logrado mantenerse con vida. Resulta interesante, por tanto, que en el largo proceso evolutivo, nuestra especie abogaba por la cohesión social, por la defensa y protección sus semejantes. Mientras que actualmente la lógica de nuestra especie no es siquiera un “sálvese quien pueda”, esto en cuanto que la supuesta “competencia” ni siquiera es justa, sino que nos caracterizamos por un “me salvó yo, y tú te vas para el infierno”. Me atrevería a pensar que el homo ha dejado de ser Sapiens, si alguna vez lo fue.

Nos hemos convertido en una sociedad unidimensional en la que “la enajenación de la totalidad absorbe las enajenaciones particulares y convierte los crímenes contra la humanidad en una empresa racional (…) Incluso los cálculos más insensatos son racionales: la aniquilación de cinco millones de hombres (sic) es preferible a la de diez millones, veinte millones y así por el estilo. Es inútil alegar que una civilización que justifica su defensa mediante tales cálculos proclama su propio final” (Marcuse, 1972:82-83)

Ahora bien, me pregunto ¿Quién determina quiénes son los “aptos y quiénes no? ¿Por qué unos saben que son aptos y saben, además, quiénes no lo son? ¿Será acaso posible que una entidad divina apareciera y determinara quiénes eran los elegidos y quiénes estábamos de más en el planeta? Si esto es así, no me queda de otra que imaginar a las deidades como fascistas, como viles genocidas, y en lo mínimo como representantes del amor.

En el mundo mueren 6 millones de niños/as de hambre1, sin ninguna posibilidad de demostrar que eran “más aptos” que otros para sobrevivir. Noto que en dicha “selección natural”, lo que menos impera es una “selección natural” y más una “selección política”. Miles de campesinos se suicidan al año, y no por la pobreza rural o el alcoholismo, como alegan algunos, sino por el simple hecho de que las políticas neoliberales impuestas por los gobiernos, sobre todo en la utilización de semillas transgénicas. De ahí que “al haber pedido préstamos a los prestamistas tradicionales a intereses abusivos, cientos de miles de pequeños granjeros se han tenido que enfrentar a la pérdida de su tierra al fracasar las caras semillas”2. Nuevamente me pregunto ¿Dónde está la selección natural? Yo solo veo la selección política y económica.

A 212 años que Thomas Robert Malthus editara An Essay on the Principles of Population, aún hay personas que creen que la soprepoblación afecta directamente sobre la cantidad de recursos. Sin embargo, lo que no nos dicen es que, por ejemplo “la mayor parte del agua de la Tierra está en los mares, la concentración salina de estos la hace inutilizable para el consumo. Solo el 3% del agua del planeta es dulce y el 99% de esta, está atrapada en los glaciares o en capas profundas de la Tierra, por lo que tenemos acceso solo al 1%. Esta cantidad sería suficiente para sostener al doble o al triple de la actual población mundial, el problema es que no está distribuida uniformemente” (Tablada; Hernández, 2003: 1)

En el caso de los alimentos, se pierde un 20% de la cantidad total producida a nivel mundial, por culpa de microorganismos3. Los alimentos alterados pueden ser más perjudiciales para la salud. Sin embargo, los gobiernos han adoptado políticas neoliberales, dictadas desde los centros metropolitanos, en las que se privilegia el cultivo de transgénicos.

Los neomalthusianos afirman que el problema de la crisis alimentaria se debe a que la sobrepoblación ha presionado la producción de alimentos. Sin embargo, “en este momento hay más alimentos para repartir de los que se necesita en realidad”4. Pero si nos preguntamos el cómo es posible que hayan miles de millones de personas que pasan hambre en el mundo, frente a otros miles de millones de personas que padecen de sobrepeso, lo que nos lleva a contemplar es que el problema no es la sobrepoblación, sino la prácticamente nula distribución y la exorbitante acumulación de los recursos y la riqueza. En otras palabras, el problema es la misma sociedad cristiana y capitalista.

Esta sociedad, apunta Marcuse, “es una unión de contradicciones. Obtiene la libertad a través de la explotación, la riqueza a través del empobrecimiento (…) El más alto desarrollo de las fuerzas productivas coincide con el más alto grado de opresión y de miseria” (citado por Pachón, 2008:18). Justifica, además, la sobrevivencia de unos (los pocos) mediante el aniquilamiento de otros (los muchos).

Este es un sistema social que nos dice que “la única forma de garantizar el máximo bienestar para el mayor número posible de personas, al mismo tiempo que se preserva el capitalismo, es reducir el número de personas” (George, 2003:95). Pero los/as que morirán nunca seremos nosotros/as, siempre serán los/as otros/as, somos una sociedad disociada, incapaces de concebir que los/as otros/as somos nosotros/as mismos/as.

La “bellum omnium contra omnes” no es parte de una supuesta naturaleza humana. No es en realidad una lucha a muerte de todos contra todos, como lo planteaba Hobbes, sino un constructo social que justifica/normaliza/naturaliza el asesinato sistemático de grandes cantidades de persona, en beneficio de unas pocas, que pretenden sostener un sistema estructuralmente insostenible, en un mundo que colapso por culpa de ese sistema que pretenden sostener.

Cuán acertado estaba Albert Jacquard, cuando en 1987 escribió: “la respuesta a la pregunta ¿cuántos seres humanos puede soportar la Tierra? Depende del tipo de seres humanos de que se trate. Si son campesinos de Mali o de Bangladesh, quince, veinte o treinta mil millones podrían subsistir sin demasiadas dificultades. Si son parisinos medios que todos los días emplean el coche y pasan sus vacaciones en un club en las Seychelles, los cinco mil millones (actualmente más de 6.700 millones, BGH) de hoy son ya insostenibles: agotarían los recursos del planeta, o lo contaminarían, lo harían definitivamente nada hospitalario para cualquier forma de vida evolucionada. La capacidad de carga de la Tierra no es un dato que ofrezca la naturaleza: depende de nuestro comportamiento. Por ello, el mañana depende de nosotros. No basta con gestionar nuestro efectivo: hay que tomar en serio la palabra igualdad” (citado por Taibo, 2009: 115-116).

Referencias.

Agamben, G. (2003) Homo Sacer. El poder soberano y la nuda vida. Trad. Cuspinera, A. Valencia: Pre-Textos.

Amery, C. (2002) Auschwitz, ¿comienza el siglo XXI? Hitler como precursor. Trad. García, C. México, D.F.: Turner-Fondo de Cultura Económica.

Bauman, Z.(2007) Miedo líquido. La sociedad contemporánea y sus temores. Trad. Santos, A. Barcelona: Ediciones Paidós Ibérica.

Bookchin, M. (1999). La ecología de la libertad. La emergencia y disolución de las jerarquías. Trad. Burello, M. Málaga: Nossa y Jara Editores.

Carbonell, E; Sala, R. (2002). Aún no somos humanos. Propuestas de humanización para el tercer milenio. Trad. Culí, R. Barcelona: Ediciones Península.

George, S. (2003) Informe Lugano: cómo preservar el capitalismo en el siglo XXI. 9ª ed. Trad. Wang, B. Barcelona: Intermón-Icaria Editorial.

Marcuse, H. (1972) El hombre unidimensional. Ensayo sobre la ideología de la sociedad industrial avanzada. 9ª ed. Trad. Elorza, A. Barcelona: Editorial Seix Barral.

Pachón, D. (2008) La civilización unidimensional. Actualidad del pensamiento de Herbert Marcuse. Bogotá: Ediciones desde abajo.

Sartre, J. (1997) El existencialismo es un humanismo. Trad. Calvo, H. San José: Editorial Guayacán Centroamericana.
Tablada, C; Hernández, G. (2003) Petróleo, poder y civilización. La Habana: Editorial de Ciencias Sociales.

Taibo, C. (2009). En defensa del decrecimiento. Sobre capitalismo, crisis y barbarie. Madrid: Los libros de la catarata.
1http://www.bolpress.com/art.php?Cod=2005004647
2http://www.globalresearch.ca/index.php?context=va&aid=10881
3http://milksci.unizar.es/adit/conser.html
4http://www.dw-world.de/dw/article/0,,4792344,00.html