“Nuestro sistema actual es una
máquina universal para arrasar el medio ambiente y para producir
perdedores con los que nadie tiene la más mínima idea de qué
hacer”.
Susan
George.
“Bellum
omnium contra omnes”, con
estas palabras, Thomas Hobbes (1588-1679), proclamó que la
"naturaleza humana" era una "lucha de todos contra
todos", una lucha en la que todos somos lobos de nosotros mismos
(homo hominis lupus).
Dicha imagen de la naturaleza humana será reproducida a lo largo de
toda nuestra historia, reforzada por los planteamientos de aquel
pastor anglicano de Surrey, Thomas Robert Malthus (1766-1834) quien
nos decía que el problema de este mundo no era el sistema social
imperante, sino la reprodución de la especie humana. También por
las erróneas interpretaciones a los planteamientos de Charles Darwin
(1809-1882) sobre el origen de las especies, hechas por lo que se
llegará a llamar "darwinismo social", una pseudociencia
que reinterpreta (malinterpreta) la selección natural, planteada por
Darwin, y la aplica a las relaciones humanas. Uno de sus principales
exponentes fue Herbert Spencer (1820-1903). Cabe destacar que al
igual que Karl Marx (1818-1883) nunca se declaró marxista, Charles
Darwin nunca apoyó los postulados de estos "dawinistas"
sociales.
Hemos
reproducido hasta el cansancio el discurso del estado de naturaleza
sin cuestionamiento alguno, sin darnos cuenta que el estado de
naturaleza "no es una época real, cronológicamente anterior a
la fundación de la Ciudad, sino un principio interno a ésta, que
aparece en el momento en que la Ciudad es considerada tanquam
dissoluta (algo similar,
pues, al estado de excepción) (...) El estado de naturaleza
hobbesiano no es una condición prejurídica completamente
indiferente al derecho de la ciudad, sino la excepción y el umbral
que constituyen ese derecho y habitan en él; no es tanto una guerra
de todos contra todos, cuanto, más exactamente, una condición en
que cada uno es para el otro nuda vida y homo
sacer" (Agamben, 2003:
137).
La
lógica del estado de naturaleza hobbesiano nos ha conducido a una
zona de indistinción entre lo humano y lo animal. Una lógica que
nos conduce al suicidio colectivo, en cuanto todos/as nos convertimos
en los/as asesinos de nosotros/as mismos/as. Agamben nos dice que
"esta lupificación del hombre y esta hominización del lobo son
posibles en todo momento en el estado de excepción, en la dissolutio
civitatis. Sólo este
umbral, que no es ni la simple vida natural ni la vida social sino la
nuda vida o la vida sagrada, es el presupuesto siempre presente y
operante de la soberanía" (2003: 137-138).
En
otras palabras, la reproducción del discurso del estado de
naturaleza implica el mantenimiento de las estructuras y las
mentalidades jerárquicas de la sociedad. Esto en cuanto la
"mentalidad jerárquica fomenta la renuncia a los placeres de la
vida. Justifica el trabajo pesado, el delito, y el sacrificio de los
"inferiores", y el placer y la satisfacción indulgente de
prácticamente todos los caprichos de los superiores" (Bookchin,
1999:23).
Se
nos ha impuesto la supervivencia del más apto, desde prácticamente
todos los aspectos de nuestra vida. La historia de Occidente se ha
enmarcado en esa eterna lucha, en la que siempre ganarán los más
aptos, que además se cubrirán con el manto de la moralidad: siempre
están en lo correcto, son los buenos, los bellos, los que siempre
tienen la verdad y por tanto también el derecho de sobrevivir.
Nosotros, los "no aptos", estamos condenados, desde que
nacemos, a morir, somos los morituri,
los que sobramos en este planeta. Somos Homo
Sacer, aquellos/as cuyas
vidas son insacrificables, pero que cualquiera puede darles muerte.
Somos nuda vida, un cuerpo sin existencia política y por tanto sin
derechos algunos que nos permitan abogar por nuestra vida.
Desde
niños/as se nos deja muy en claro que nuestra vida no se
caracterizará por la búsqueda del placer, sino por el sobrevivir,
por el competir. Nuestras vidas girarán en torno al homo
homini lupus, y la debemos
aceptar tal cual. Aceptar además que existe una naturaleza humana, y
con ella, una condición innata de violencia, que no puede ser
cambiada, sólo controlada.
Pero,
como señala Jean Paul Sartre, “la existencia precede a la esencia”
(Sartre, 1997:39), no existe una naturaleza humana, porque no existen
dioses algunos que la determinen. La naturaleza humana es una de las
mayores mentiras mejor elaboradas de nuestra historia. Con ella se
mantienen intactas las estructuras jerárquicas de la sociedad.
Y
si no existe tal naturaleza humana, tampoco existe esa violencia
innata incambiable. Entonces, si no existe naturaleza humana, ni
destino, ni dios alguno, eso significaría que cada uno de nosotros,
como sujeto y como colectivo, existimos, sólo nos falta encontrarnos
a nosotros mismos y con ello, determinar nuestra propia existencia.
Tal vez, deberíamos aprendernos la máxima de Max Stirner
(1806-1856), “Nada ni nadie sobre mí”, nada ni nadie sobre
nosotros.
Pero,
además, debemos tener presente que "el capitalismo, por emplear
su nombre científico, no es el estado natural de la humanidad. Por
el contrario, es un producto del ingenio humano acumulativo, un
constructo social y, como tal, quizá el invento colectivo más
brillante de toda la historia" (George, 2003:38) Y, a la vez, el
accidente más catastrófico de toda nuestra historia.
Si
el capitalismo tampoco es natural, y sólo es una construcción
social, eso significa que también puede ser destruido. Es posible
acabar con esa lógica que impregna a este sistema. No hay tal lucha
por la supervivencia, lo que hay es una lucha por la acumulación,
aquellos que quieren todo el pastel, que ya no quieren compartir las
migajas que quedan. De ahí que la sobrepoblación no es en realidad
lo que ha conducido a la destrucción, explotación y el uso
irracional de los recursos, sino más bien la lógica de la
acumulación la que nos ha llevado a esto.
Según
Eudald Carbonell y Robert Sala “la estrategia de acumular alimentos
forma parte de un comportamiento animal que perdura en el mundo de
los primates humanos; un mundo en el que algunos continúan
acumulando poder y riqueza siguiendo pautas etológicas y atávicas,
condenando así, como cualquier otro animal, a grupos enteros de
nuestra propia especie a la pobreza” (2002:76)
Cabe
destacar, además, que los procesos de hominización que marcaron
nuestra evolución, permitió la sobrevivencia de aquellos seres que
ahora catalogamos como “no aptos”, que sin los avances
tecnológicos de la época, no les habría sido posible sobrevivir.
El descubrimiento del fuego, por ejemplo, “revolucionó la
estructura social de la humanidad por que acentuó la cohesión
social del grupo que lo usaba” (Carbonell/Sala, 2002: 119).
De
ahí que, la “selección natural” fue contrastada por la
“selección técnica”, no en los términos socialdarwinianos,
sino que mediante la domesticación de animales y plantas, así como
los descubrimientos medicinales, han permitido la sobrevivencia de
personas que de lo contrario, no habrían logrado mantenerse con
vida. Resulta interesante, por tanto, que en el largo proceso
evolutivo, nuestra especie abogaba por la cohesión social, por la
defensa y protección sus semejantes. Mientras que actualmente la
lógica de nuestra especie no es siquiera un “sálvese quien
pueda”, esto en cuanto que la supuesta “competencia” ni
siquiera es justa, sino que nos caracterizamos por un “me salvó
yo, y tú te vas para el infierno”. Me atrevería a pensar que el
homo ha
dejado de ser Sapiens, si
alguna vez lo fue.
Nos
hemos convertido en una sociedad unidimensional en la que “la
enajenación de la totalidad absorbe las enajenaciones particulares y
convierte los crímenes contra la humanidad en una empresa racional
(…) Incluso los cálculos más insensatos son racionales: la
aniquilación de cinco millones de hombres (sic) es preferible a la
de diez millones, veinte millones y así por el estilo. Es inútil
alegar que una civilización que justifica su defensa mediante tales
cálculos proclama su propio final” (Marcuse, 1972:82-83)
Ahora
bien, me pregunto ¿Quién determina quiénes son los “aptos y
quiénes no? ¿Por qué unos saben que son aptos y saben, además,
quiénes no lo son? ¿Será acaso posible que una entidad divina
apareciera y determinara quiénes eran los elegidos y quiénes
estábamos de más en el planeta? Si esto es así, no me queda de
otra que imaginar a las deidades como fascistas, como viles
genocidas, y en lo mínimo como representantes del amor.
En
el mundo mueren 6 millones de niños/as de hambre1,
sin ninguna posibilidad de demostrar que eran “más aptos” que
otros para sobrevivir. Noto que en dicha “selección natural”, lo
que menos impera es una “selección natural” y más una
“selección política”. Miles de campesinos se suicidan al año,
y no por la pobreza rural o el alcoholismo, como alegan algunos, sino
por el simple hecho de que las políticas neoliberales impuestas por
los gobiernos, sobre todo en la utilización de semillas
transgénicas. De ahí que “al haber pedido préstamos a los
prestamistas tradicionales a intereses abusivos, cientos de miles de
pequeños granjeros se han tenido que enfrentar a la pérdida de su
tierra al fracasar las caras semillas”2.
Nuevamente me pregunto ¿Dónde está la selección natural? Yo solo
veo la selección política y económica.
A
212 años que Thomas Robert Malthus editara An
Essay on the Principles of Population, aún
hay personas que creen que la soprepoblación afecta directamente
sobre la cantidad de recursos. Sin embargo, lo que no nos dicen es
que, por ejemplo “la mayor parte del agua de la Tierra está en los
mares, la concentración salina de estos la hace inutilizable para el
consumo. Solo el 3% del agua del planeta es dulce y el 99% de esta,
está atrapada en los glaciares o en capas profundas de la Tierra,
por lo que tenemos acceso solo al 1%. Esta cantidad sería suficiente
para sostener al doble o al triple de la actual población mundial,
el problema es que no está distribuida uniformemente” (Tablada;
Hernández, 2003: 1)
En
el caso de los alimentos, se pierde un 20% de la cantidad total
producida a nivel mundial, por culpa de microorganismos3.
Los alimentos alterados pueden ser más perjudiciales para la salud.
Sin embargo, los gobiernos han adoptado políticas neoliberales,
dictadas desde los centros metropolitanos, en las que se privilegia
el cultivo de transgénicos.
Los
neomalthusianos afirman que el problema de la crisis alimentaria se
debe a que la sobrepoblación ha presionado la producción de
alimentos. Sin embargo, “en este momento hay más alimentos para
repartir de los que se necesita en realidad”4.
Pero si nos preguntamos el cómo es posible que hayan miles de
millones de personas que pasan hambre en el mundo, frente a otros
miles de millones de personas que padecen de sobrepeso, lo que nos
lleva a contemplar es que el problema no es la sobrepoblación, sino
la prácticamente nula distribución y la exorbitante acumulación de
los recursos y la riqueza. En otras palabras, el problema es la misma
sociedad cristiana y capitalista.
Esta
sociedad, apunta Marcuse, “es una unión de contradicciones.
Obtiene la libertad a través de la explotación, la riqueza a través
del empobrecimiento (…) El más alto desarrollo de las fuerzas
productivas coincide con el más alto grado de opresión y de
miseria” (citado por Pachón, 2008:18). Justifica, además, la
sobrevivencia de unos (los pocos) mediante el aniquilamiento de otros
(los muchos).
Este
es un sistema social que nos dice que “la única forma de
garantizar el máximo bienestar para el mayor número posible de
personas, al mismo tiempo que se preserva el capitalismo, es reducir
el número de personas” (George, 2003:95). Pero los/as que morirán
nunca seremos nosotros/as, siempre serán los/as otros/as, somos una
sociedad disociada, incapaces de concebir que los/as otros/as somos
nosotros/as mismos/as.
La
“bellum omnium contra
omnes” no es parte de una
supuesta naturaleza humana. No es en realidad una lucha a muerte de
todos contra todos, como lo planteaba Hobbes, sino un constructo
social que justifica/normaliza/naturaliza el asesinato sistemático
de grandes cantidades de persona, en beneficio de unas pocas, que
pretenden sostener un sistema estructuralmente insostenible, en un
mundo que colapso por culpa de ese sistema que pretenden sostener.
Cuán
acertado estaba Albert Jacquard, cuando en 1987 escribió: “la
respuesta a la pregunta ¿cuántos seres humanos puede soportar la
Tierra? Depende del tipo de seres humanos de que se trate. Si son
campesinos de Mali o de Bangladesh, quince, veinte o treinta mil
millones podrían subsistir sin demasiadas dificultades. Si son
parisinos medios que todos los días emplean el coche y pasan sus
vacaciones en un club en las Seychelles, los cinco mil millones
(actualmente más de 6.700 millones, BGH) de hoy son ya
insostenibles: agotarían los recursos del planeta, o lo
contaminarían, lo harían definitivamente nada hospitalario para
cualquier forma de vida evolucionada. La capacidad de carga de la
Tierra no es un dato que ofrezca la naturaleza: depende de nuestro
comportamiento. Por ello, el mañana depende de nosotros. No basta
con gestionar nuestro efectivo: hay que tomar en serio la palabra
igualdad” (citado por Taibo, 2009: 115-116).
Referencias.
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G. (2003) Homo Sacer. El
poder soberano y la nuda vida. Trad.
Cuspinera, A. Valencia: Pre-Textos.
Amery,
C. (2002) Auschwitz,
¿comienza el siglo XXI? Hitler como precursor. Trad.
García, C. México, D.F.: Turner-Fondo de Cultura Económica.
Bauman,
Z.(2007) Miedo líquido. La
sociedad contemporánea y sus temores. Trad.
Santos, A. Barcelona: Ediciones Paidós Ibérica.
Bookchin,
M. (1999). La ecología de
la libertad. La emergencia y disolución de las jerarquías. Trad.
Burello, M. Málaga: Nossa y Jara Editores.
Carbonell,
E; Sala, R. (2002). Aún no
somos humanos. Propuestas de humanización para el tercer milenio.
Trad. Culí, R. Barcelona:
Ediciones Península.
George,
S. (2003) Informe Lugano:
cómo preservar el capitalismo en el siglo XXI.
9ª ed. Trad. Wang, B. Barcelona: Intermón-Icaria Editorial.
Marcuse,
H. (1972) El hombre
unidimensional. Ensayo sobre la ideología de la sociedad industrial
avanzada. 9ª ed. Trad.
Elorza, A. Barcelona: Editorial Seix Barral.
Pachón,
D. (2008) La civilización
unidimensional. Actualidad del pensamiento de Herbert Marcuse.
Bogotá: Ediciones desde
abajo.
Sartre,
J. (1997) El existencialismo
es un humanismo. Trad.
Calvo, H. San José: Editorial Guayacán Centroamericana.
Tablada,
C; Hernández, G. (2003) Petróleo,
poder y civilización. La
Habana: Editorial de Ciencias Sociales.
Taibo,
C. (2009). En defensa del
decrecimiento. Sobre capitalismo, crisis y barbarie. Madrid:
Los libros de la catarata.
1http://www.bolpress.com/art.php?Cod=2005004647
2http://www.globalresearch.ca/index.php?context=va&aid=10881
3http://milksci.unizar.es/adit/conser.html
4http://www.dw-world.de/dw/article/0,,4792344,00.html