lunes, noviembre 10, 2008

¿Qué puedo hacer yo?

¿Qué puedo hacer yo? ¿Y nosotros? Bueno, primero que todo, despertar. Salir de ese estado de somnolencia en el que nos encontramos desde hace mucho tiempo. Es desconectarnos, acabar con esa “conciencia feliz”. Destruyamos el discurso.

¿Qué es hacer algo?, si nos vamos al diccionario, hacer significa “producir algo, darle el primer ser”, pero también significa “Dar el ser intelectual, formar algo con la imaginación o concebirlo en ella. Hacer concepto, juicio, un poema”. Por lo tanto, hacer algo no es solamente ir a meterse a una selva y resistir los embates del imperialismo, es también cuestionar, es hacer teoría para que alguien la llegue a poner en práctica, es preguntarse ¿Qué puedo hacer yo? Ciertamente, puede que llegue a tornarse en una pregunta pesimista, en resignación, pero en ella también va implícita un cuestionamiento, una crítica a la realidad, ya se está haciendo algo.

Por ello, quienes critican el papel del intelectual, por “estar metidos en un escritorio”, aislados de la sociedad, sólo ven una cara de la moneda, su parcialidad les impide contemplar todo el esfuerzo que se realiza para crear una teoría, para tratar de explicar la realidad, incluso las crisis existenciales a las que se llega cuando se escribe algo, pues en un escrito se refleja el ser del autor, sus anhelos y angustias. Se le critica a los intelectuales que muchos no plantean alternativas válidas, ¿pero, acaso eso no es un trabajo de una colectividad? ¿O el hecho de que no se propongan soluciones hace inválido cualquier análisis? Que una sola persona plantee alternativas, ¿no es acaso eso una tiranía? Si es así ¿cuán alternativa es la alternativa al sistema en el cual vivimos? A veces impera la crítica cómoda, de que si no se hace algo “palpable”, es mejor quedarse callado, no pensar, aceptar tácitamente el triunfo del sistema.

¿Quiénes han tenido la posibilidad de leer la novela 1984 de George Orwell? Al final, cuando Winston Smith dice que para derrotar al Gran Hermano, morirá pensando que lo odia con todas sus fuerzas, pese a que al final hace todo lo contrario, es una idea fundamental, es esa pequeña ruptura del sistema que nos libera, aunque sea parcialmente, de la colonización mental a la que estamos sometidos. El simple hecho de pensar, de cuestionar, ya estamos dando un duro golpe, ahora imaginemos que esto se extendiera a todo el planeta, que todos, aunque sea por un instante, cuestionaran al sistema, ¿acaso eso no sería una derrota virtual del sistema, y sin detonar una sola arma?

Pero, ¿Como pretendemos, hacer algo “palpable”, si aún nos guiamos por el discurso dominante, el discurso de las metrópolis? Ahí reside mi lucha, ahí podría residir nuestra lucha: destruir el discurso dominante. Cómo es posible que hayan personas de “izquierda” o críticos al sistema, que reproduzcan ese discurso, que utilicen términos como “globalización”, “interdependencia”, ”desarrollo” con o sin apellidos, entre muchos otros conceptos. Es ahí donde se encuentra la dominación. Dominan nuestras mentes, y al final tras toda la verborrea revolucionaria de fin de semana, somos los que mantenemos a este sistema, terminamos amando este mundo deshumanizado, aceptados por la elite dominante, monitos de la burguesía. “HABLA EL DESILUCIONADO: BUSQUÉ REVOLUCIONARIOS, Y SÓLO ENCONTRÉ MONOS DE SU PROPIO IDEAL”, tergiversando un poco a Nietzsche.

Cuán necesaria es la violencia simbólica, la necesidad de la irreverencia. Ya no es posible dialogar, no se llega a nada, las clases dominantes no dialogan, solo imponen. Son ellos los que determinan nuestras críticas, nos exigen que sean asertivas. Nos exigen la mesura, que nos expresemos con su vacua terminología. Y eso es el control de la oposición, la administración sistémica de la resistencia.

Apoyo a quienes digan que el problema es el capitalismo, el patriarcado, y sobre todo el cristianismo, y en sí la sociedad occidental. Pero yo voy más allá, se debería ir más allá, y decir: el problema es la misma humanidad. No el hombre, ni la mujer, sino la humanidad como tal. Y peor aún, es una pequeña porción de la humanidad, sin derecho alguno, que se proclamó como ama y señora de los designios de toda la humanidad, la que nos está condenando a muerte.

¿Será posible que tal vez aún no seamos humanos, que nos encontremos en un estado avanzado de hominización, y no de humanización? Así nuestras conductas son más fáciles de explicar, lo que impera en nosotros es nuestro instinto animal. ¡HOMO HOMINIS LUPUS! Cuán lejos estamos de la descendencia divina.

No se debería diferenciar entre primermundista y tercermundista; entre hombre, mujer, homosexual, heterosexual, niño, joven o adulto; entre negro o blanco, amarillo, azul o verde; entre europeo, latinoamericano, africano, marciano o venusina. Deberíamos aprender a ver personas. Creo que ahí reside el problema, en esa necedad de perpetuar la diferencia. Cuando uno como persona tenga conciencia “para sí” de serlo, y que el otro es también una persona, es un paso cualitativo en nuestra lucha individual y colectiva. Es una victoria sobre la diferenciación que nos impone el sistema.

Sostengo lo que alguna vez escribí en un comentario para una clase universitaria: “El 7 de octubre de 2001, inició la guerra imperialista, no ya entre potencias imperialistas, sino de estas en conjunto contra el mal llamado “Tercer Mundo”, guerra necesaria para sostener la red imperialista, es una guerra total. Ya no hay tiempo para razonar contra los homínidos que reclaman nuestras tierras como “espacios vitales”, no se puede razonar con quienes el sistema les ha quitado dicha capacidad, no hay espacio para la esperanza, no podemos esperar nada más, no podemos apegarnos a ideales cristianos de si ¿otro mundo es posible?, sólo existe este y debemos luchar por recuperarlo, la no-violencia es inacción, es esperar gustosos la muerte para alcanzar el ideal transmundano. Concuerdo con Günther Anders, la única salida es la violencia, es una verdadera lucha por sobrevivir, es nuestra defensa contra la guerra declarada del imperialismo”.

Hay que estar listos, la guerra total caerá sobre nosotros, reitero, ya no es una lucha entre potencias imperialistas, es una lucha de éstas contra nosotros, la mal llamada periferia, la gran mayoría. Es vital para ellos mantener la red imperialista, aunque ello signifique la destrucción misma de los homínidos, la hecatombe nuclear… la hegemonía sobre las cucarachas.

Y no estoy diciendo que ya estamos derrotados. Vietnam, Irak, entre muchos otros ejemplos, nos han demostrado que se puede luchar contra el imperialismo. En el caso de América Latina, no importa si algunos gobiernos latinoamericanos, en especial los sudamericanos, son de izquierda o de derecha, de arriba o de abajo, lo que importa es que resisten a las políticas imperialistas de Washington; que surgen y se fortalecen movimientos sociales que luchan contra esas mismas políticas. No esos que claudican y se someten a los designios del conquistador. Lo que importa es que América Latina despierta, tras dormitar más de 500 años.

Resistir es preguntarse ¿Qué puedo hacer yo?, es cuestionar al sistema, es iniciar la descolonización de nuestras mentes. Es actuar, no importa si es desde un escritorio aislado de la humanidad, en las calles, en los hogares, en las aulas o en lo más recóndito de una selva. Resistir es pensar, sentir, desear, es desobedecer al sistema capitalista cristiano patriarcal.

Nos encontramos en crisis, tanto financiera, energética, agroalimentaria, ecológica, política, como ontológica (Saxe Fernández, 2005). Es una crisis sin precedentes en la historia, que tiende a la militarización, a la destrucción y al exterminio. Y ante esta crisis, debemos luchar, no para salvar al sistema, por un país, por una nacionalidad o una ideología. Debemos luchar para salvar a la humanidad y al planeta en el que vivimos.

Desde mi trinchera, hacer algo es ser mordaces, violentos e irreverentes en nuestras críticas, es ser destructivos, que quede el terreno libre para crear alternativas…