viernes, septiembre 28, 2012

La Mirada del Leviatán


Al mirar el cuadro de Velázquez pienso que la figura central no son las niñas, ni mucho menos lo considero una representación de la familia de Felipe IV, ni siquiera el mismo Felipe IV. Por el contrario, pienso que la figura central del cuadro es el mismo cuadro, lo que representa, o en otras palabras, la figura central a pesar de su ausencia, de su invisibilidad, se encuentra presente en el cuadro en sí, en el conjunto de los personajes, en el espacio que en el que estos interactúan. Es la representación del Estado, la versión de Velázquez del Leviatán de Hobbes.

El cuadro fue pintado en el año de 1656, 8 años después de la Paz de Westfalia, cuando surge la figura del Estado, el comienzo de la modernidad política y a escasos 5 años de que Hobbes publicara su libro “Leviatán. O Materia, forma y poder de una república eclesiástica y civil” cuya portada era también una representación de lo que Hobbes consideraba que era el Estado.

La imagen de la portada del libro de Hobbes representaba al Estado como un gigante formado por una multitud de personas unidas sin vínculo alguno. Esto es fundamental pues la figura hobbesiana representa la asociación y la disociación de las personas. Se disuelven los vínculos comunitarios anteriores al pacto social. Esto en cuanto que las relaciones pre-pacto, lo que Hobbes catalogará como el estado de naturaleza, estaba caracterizadas no por una distinción política específica entre amigo y enemigo, sino por una relación de enemigo-enemigo, lo que Hobbes resumirá en su máxima Homo hominis lupus, esto en cuanto que era la enemistad lo que se compartía (he ahí la esencia de la communitas, es decir el intercambio común y recíproco).

Considero que es importante recordar que la paz de Westfalia inaugurará la modernidad en el pensamiento político, cuyo meta-relato sobre el que se fundamentará la obligación política moderna será la figura del contrato social. Los contractualistas suplantan la idea del poder derivado de los dioses por la idea de la sucesión del poder a un soberano por medio de un contrato social entre humanos racionales –buenos, malos o libres, depende del autor- que han decidido abandonar su estado natural y unirse en sociedad.

Con el contrato social, se rompe con este tipo de asociación, la disuelve, y se instaura así una nueva concepción individualista en el que cada persona cede poder a un soberano que regulará la “naturaleza humana”. De ahí que las personas son asociadas, sin vínculo alguno, en un espacio determinado. Sujetos, por el miedo, a la autoridad, surgiendo así una nueva forma de relación, pero esta ya caracterizada por la distinción política específica entre amigo y enemigo. A este último se le declarará una guerra para mantener la unidad resultante. No es de extrañar que en teoría política, teóricos como Carl Schmitt sostengan que la guerra es el fundamento de la política, su inminencia posibilita la política.

Pero, ¿y esto qué tiene que ver con el cuadro de Velázquez?

Pienso que por la proximidad cronológica y espacial con la Paz de Westfalia (1648), del que será parte el mismo Felipe IV, y con la publicación en 1651 del Leviatán, ambos sucesos en el mismo continente europeo, y por su gran importancia, el cuadro de Velázquez se encuentra inmerso en la vorágine política de la época.

A diferencia de la portada del libro de Hobbes, Velázquez invisibiliza al gigante, lo que le concede más realidad, en cuanto que el Estado como abstracción se caracteriza por su ausencia. Y sin embargo, se haya presente por el vínculo de todos sus personajes, unidos todos, en el mismo espacio, pero sin vínculo alguno más que el acuerdo, el contrato social que les permite estar juntos. No la considero una representación de la familia real, pues, a pesar de la imagen de fondo, los reyes están ausentes, mientras que aparecen personajes que no son parte de la realeza.

Lo que une a los personajes, y he aquí el elemento hobbesiano del cuadro, es el miedo. De ahí que todos los personajes observan al poder, están sujetos al poder. Observan la ley, pues esta es la que los reúne en el cuadro, esto es, en el espacio sobre el cual se ejerce el poder, la soberanía. No es de extrañar, entonces, que al espacio del cuadro se le refiera como la habitación real.

Las miradas son fundamentales, pues considero que representan la sujeción al poder. Resulta interesante que la mayoría de los personajes tienen la mirada enfocada hacia el frente, hacia el ausente, el estado. Y cada uno de los personajes mira al ausente desde su propia condición. La enana, grotescamente pintada, representaría a los grupos populares, los otros súbditos, y su mirada representaría la observación que tienen estos del Estado. Al fondo, el punto de fuga del cuadro, la mirada de quien huye, siempre atenta, fijada hacia la ausencia. Su huida debe valerse de observar el accionar de quien huye.

Las 2 niñas que rodean a la infanta considero son de gran importancia no sólo por sus miradas, sino también por sus acciones, la reverencia y la servidumbre, esto es, la sujeción al poder. Una mira directamente al Estado, reverencia al poder. La otra mira a la infanta, que considero es la representación de la sucesión del poder, elemento con el que los contractualistas eliminan la idea de la derivación divina del poder. Además, esta niña sirve a la infanta, acata una orden. Ambas observan a la ley, creada por el poder.

El pintor, con su mirada fija hacia la ausencia, con el pincel en la mano, listo para crear las manifestaciones artísticas y culturales necesarias para la constitución de un imaginario colectivo, el nacionalismo, que para la época era una cuestión de las élites, no es de extrañar que el pintor sea el de la realeza.

Tras las niñas se encuentran 2 personajes representan la vigilancia y la disciplina. Roles que posteriormente ocuparán la policía y la educación. Considero que son quienes instruyen, resguardan y disciplinan a las nuevas generaciones en la observancia de la ley.

También está la figura del niño, que observa y pisotea al perro. Considero que esta es la representación de una de las promesas de la modernidad: el dominio de la naturaleza. Esta se postra ante la humanidad moderna, su existencia ahora depende de la voluntad del poder.

Hay también una mirada que considero importante rescatar: la mirada del observado, del ausente. Es el ojo del poder, quien todo lo ve: observa quienes le acatan y le reverencia, a quienes tratan de huir, al pueblo, a quienes educan y vigilan, a la cultura, representada en la figura del artista, a la naturaleza y a quien la explota, a quienes le suceden en el poder, incluso se observa a sí mismo. Esta mirada del ausente, representaría al panoptismo que describirá siglos después Jeremy Bentham, es decir, la capacidad de vigilancia del Estado, pues este precisa de vigilar la observancia a su poder. De ahí que en la representación hobbesiana, el leviatán aparte del cetro del poder soberano, tiene en una de sus manos la espada, con la que hace valer su ley. El derecho, sin violencia, sin la capacidad de castigo, queda sin efecto.

Por último, me gustaría referirme a la figura al fondo, a la que perfectamente podríamos pensar que es espejo, y que en él se proyectan las imágenes de los reyes, es decir, de la autoridad, pero lo interesante es que en el espejo sólo se reflejan los reyes en sí mismos, los otros personajes que se encuentran en el cuadro, frente al espejo, no se ven reflejados, ni las niñas, ni el pintor, por lo que perfectamente podría ser, más bien, un cuadro y no un espejo. Que este cuadro se ubique al fondo y la infanta, por el contrario, se encuentra en el centro del cuadro, lo que considero que podría significar es la sucesión del poder. En La paz de Westfalia se manifestaron ya los signos de la decadencia del reino de España para tiempos de Felipe IV. En otras palabras, la Paz de Westfalia marcó los comienzos del fin de la figura monárquica y el surgimiento de la figura del Estado-Nación.

De ahí que no sea extraño que la infanta Margarita de Austria se encuentre en el centro de la obra: Ella nace en 1651, año en el que Thomas Hobbes publica “El Leviatán”, texto que marcará y transformará toda la teoría política hasta nuestros días.

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