lunes, septiembre 17, 2007

El Pensamiento Político en la Modernidad

“El Estado no es más que el bozal que tiene por objeto volver inofensivo a ese animal carnicero, el hombre, y hacer de suerte que tenga el aspecto de un herbívoro”.
Arthur Schopenhauer

“Ruge ese monstruo: No hay nada en la tierra que esté por encima de mí; yo soy el dedo imperativo de dios”.
Friedrich Nietzsche


Contra la teocracia. El viejo paradigma político

El viejo paradigma que imperó en el ámbito de la política hasta, prácticamente la paz de Westfalia en 1648, fue el de un modelo medieval, en el cual la Iglesia Romana representaba el “reino de dios” en la tierra, su poder emanaba de la idea agustiniana, fuertemente influenciada por el platonismo, de que lo espiritual era superior a lo material, y por ello la Iglesia debía dominar el “reino de este mundo”. Con ello el sistema político que imperó fue una especie de teocracia.

Se caracterizó por un orden jerárquico en el cual el poder soberano emanaba de dios, por lo que el papado adquiere mayor poder. Sin embargo, el modelo medieval presentaba serios problemas en prácticamente todos los ámbitos que suscitaron una ruptura epistemológica y con ello un cambio de paradigma. En lo económico, lo que iba a imperar era, prácticamente, el mercantilismo.

Durante la vigencia de este paradigma, surgieron enormes dificultades para que resurgieran núcleos unitarios de poder organizado. “Los señores feudales, los caballeros, los eclesiásticos, el papado e inclusive las ciudades cuando se fueron organizando y se constituyeron municipios con gran autoridad local, se oponían a todo intento unificador de la autoridad” (Pacheco, 1998:113)

Se presenta un derrumbe de la hegemonía del papado, y con ello el derrumbamiento de todo el orden jerárquico del periodo feudal. Cambios producidos por el dinamismo de grandes fuerzas sociales emergentes, como es el caso de la burguesía que en el sector financiero obtendrá una importante cuota de poder y con ello derrumbará el “régimen césaropapista”, produciendo grandes transformaciones económicas, científico-técnicas, culturales y políticas.

En el derrumbamiento del poder papal, fue de gran relevancia el papel jugado por Nicolás Maquiavelo, quien se considerará como el padre del nuevo paradigma político que imperará en la modernidad. Maquiavelo consideraba que “el papado era la causa principal de la división de Italia, pues representaba un poder anquilosado, de corte feudal y sujeto a los vaivenes de la influencia de potencias extranjeras que los usaban para mantener a Italia sojuzgada. Se debía, por ende, recurrir a una estructura política más moderna, basada no en el poder de la nobleza feudal, sino en el poder del capital financiero” (Mora, 2004: 99)

Ante la crisis del paradigma político se buscará en el concepto de soberanía, que marca todo el pensamiento político moderno, los fundamentos “laicos” para la autoridad de los emergentes Estados-Nación. En relación con la cuestión de soberanía en Maquiavelo “el gobierno se funda en realidad en la debilidad e insuficiencia del individuo, que es incapaz de protegerse contra la agresión de otros individuos a menos que tenga el apoyo del poder del estado” (Sabine, 1965:257).

Se debe recordar que para Maquiavelo “los hombres (sic) se encuentran siempre en situación de lucha y competencia que amenaza con degenerar en anarquía abierta a menos que les limite la fuerza que hay tras el derecho, en tanto que el poder del gobernante se basa en la misma inminencia de la anarquía y en el hecho de que la seguridad sólo es posible cuando el gobierno es fuerte” (Ibid). En última instancia y de acuerdo con George Sabine, para Maquiavelo “un gobernante que quisiera triunfar tenía que crear, por puro genio político, un poder militar suficientemente fuerte para superar a las desordenadas ciudades y pequeños principados y producir finalmente un nuevo espíritu público y una nueva lealtad cívica” (en teoría política a esto se llamaría la economía de la violencia, sugerida por Maquiavelo, DAK/BGH. 1965:259).

Es importante recalcar para comprender las nociones de soberanía y Estado, principalmente, que se encontrarán en el contractualismo, sobre todo en Hobbes, la cuestión del estado natural del ser humano y su relación con el Estado, planteados –en realidad sugeridos y casi de forma vaga- por Maquiavelo, quien concibe la naturaleza humana como radicalmente egoísta y por ello “el Estado y la fuerza que hay tras el derecho tienen que ser el único poder que mantenga unida a la sociedad; las obligaciones morales tienen que derivar en último término de la ley y del gobierno” (1965:259).

En el nuevo paradigma, el sistema político del medioevo, caracterizado por el feudalismo, será substituido por el Estado-Nación. Con ello, el sistema poliárquico fue substituido por la monarquía, en un intento de conformar un poder general en un territorio determinado, poder que se encontraba disgregado en diversos depositarios producto del feudalismo. En lo económico, el mercantilismo será reemplazado por el “libre comercio”. Además toda la concepción de la descendencia divina acabará con la idea del estado natural y con ello la idea del contrato social.

El contrato social. La esencia del pensamiento político moderno

El nuevo paradigma será conocido como la modernidad. La paz de Westfalia inaugurará la modernidad en el pensamiento político, donde el “contrato social será el meta-relato sobre el que se asienta la obligación política moderna” (Santos,1). Los contractualistas suplantan la idea del poder derivado de los dioses por la idea de la sucesión del poder a un soberano por medio de un contrato social entre humanos racionales –buenos, malos o libres, depende del autor- que han decidido abandonar su estado natural y unirse en sociedad.

En Rousseau, una vez que se ha formado la comunidad por un contrato entre la sociedad misma, puede gobernarse sin distinción entre gobernantes y gobernados. Para Hobbes una vez formada la comunidad deposita su confianza, derechos y poder en un soberano sin los límites que impondría un contrato de gobierno. Y en Locke, cuando se ha organizado la comunidad, decide el pueblo confiar su libertad y sus derechos a un gobierno para que los proteja y defienda, pero al que puede rechazar cuando le convenga (Rodríguez Aranda, 1954).

Se caracterizará, el nuevo paradigma, por dos pilares: el de la regulación y el de la emancipación, cada uno de ellos formado por tres principios diferentes. En el marco del pilar de la regulación, en el que nos enfocaremos para los efectos de este ensayo, se encuentran: el principio del Estado, formulado por Hobbes. Que consiste en la verticalidad de la obligación política entre ciudadanos y Estado; el principio del Mercado, desarrollado por Locke y Adam Smith, centrado en la obligación política horizontal individualista y antagónica entre los que participan en él; y por el principio de la comunidad, planteado por Rousseau. Que consiste en la obligación política horizontal solidaria entre los miembros de la comunidad y entre las asociaciones (Santos, 52).
En el paradigma político de la modernidad resultaron tres grandes constelaciones institucionales, todas ellas que gestaron en el espacio-tiempo nacional y estatal: la socialización de la economía, que a través del reconocimiento de la lucha de clases como instrumento de transformación del capitalismo, demostró que la “economía capitalista no sólo estada constituida por el capital, el mercado y los factores de producción sino que también participan de ella los trabajadores, personas y clases con unas necesidades básicas, unos intereses legítimos y, en definitiva, con unos derechos ciudadanos” (Santos 7)

Esta transformación del capitalismo, genera una materialidad normativa e institucional que verá en el Estado “el encargado de regular la economía, mediar en los conflictos y reprimir a los trabajadores, anulando consensos represivos” (Ibíd.). Con ello el Estado adquiere un mayor protagonismo que influirá en la segunda constelación institucional de la modernidad: la politización del Estado. Marcado por el desarrollo de su capacidad de regulador.

En la tercera constelación, la nacionalización de la identidad cultural, se gesta un proceso en “el cual las, cambiante y parciales, identidades de los distintos grupos sociales quedan territorializadas y temporalizadas dentro del espacio-tiempo nacional” (Ibíd.), el Estado. Con ello la nacionalización de la identidad cultural reforzará los criterios dicotómicos de inclusión/exclusión que determinan las constelaciones anteriores, atribuyéndoles mayor vigencia histórica y mayor estabilidad.

Sin embargo, en este paradigma, se contemplarán varias anomalías, en especial que “la afirmación discursiva de los valores es tanto más necesaria cuanto más imposible vuelven las prácticas sociales dominantes la realización de esos valores”. Sousa Santos sostiene que “vivimos en una sociedad dominada por aquello que Tomás de Aquino designa como habitus principiorum, o sea, el hábito de proclamar principios bajo los cuales no se pretende vivir” (Santos, 5).

En el contexto de esa contradicción, “las dominantes se desinteresan del consenso, tal es la confianza que tienen en que no hay alternativa a las ideas y soluciones que defienden. La hegemonía se transformó y pasó a convivir con la alienación social, y en vez de sustentarse en el consenso, lo hace en la resignación.

Se presentarán contradicciones en las constelaciones institucionales que determinaron el desarrollo político de la modernidad. Por una parte, “la socialización de la economía se consiguió a costa de una doble des-socialización: la de la naturaleza y la de los grupos sociales que no consiguieron acceder a la ciudadanía a través del trabajo”. Por otro lado, “la politización y visibilidad pública del Estado tuvo como contrapartida la despolitización y privatización de toda la esfera no estatal: la democracia pudo desarrollarse en la medida en que su espacio quedó restringido al Estado y al política que éste sintetizaba.

Por último, “la nacionalización de la identidad cultural se asentó sobre el etnocidio y el epistemicidio: todos aquellos conocimientos, universos simbólicos, tradiciones y memorias colectivas que diferían de los escogidos para ser incluidos y erigirse en nacionales fueron suprimidos, marginados o desnaturalizados, y con ellos los grupos sociales que los encarnaban” (Santos, 8-9).

Las grandes promesas de la modernidad permanecerán incumplidas o se cumplirán de forma perversa producto de las contradicciones en las que entró el paradigma. En el caso de la promesa de la igualdad, “los países capitalistas avanzados con el 21% de la población mundial controla el 78% de la producción de vienes y servicios y consumen el 75% de toda la energía producida. Los trabajadores del Tercer Mundo en el sector textil o electrónico ganan 20 veces menos que los trabajadores de Europa o de Norteamérica, realizando las mismas tareas y con la misma productividad” (Santos, 23).

“Los esclavos, apunta Marcuse, de la sociedad industrial desarrollada son esclavos sublimados, pero son esclavos, por que la esclavitud está determinada no por la obediencia, ni por la rudeza del trabajo, sino por el status de instrumento y la reducción del hombre al estado de cosa. Está es la forma más pura de servidumbre: existir como instrumento, como cosa” (Marcuse, 1972:63)

A través de la etología se nos permite comprender que “la estrategia de acumulación forma parte de un comportamiento animal que perdura en el mundo de los primates humanos; un mundo en el que algunos continúan acumulando poder y riqueza siguiendo pautas etológicas y atávicas, condenando así, como cualquier otro animal, a grupos enteros de nuestra propia especie a la pobreza” (y al exterminio, DAK/BGH) (Carbonell; Sala, 2002:76).

En lo que respecta a la promesa de la libertad, “las violaciones de los derechos humanos en países que viven formalmente en paz y democracia asumen proporciones avasalladoras” (Santos, 24). La violencia policial y penitenciaria llega al paroxismo, apunta Santos. El oxímoron de las “intervenciones humanitarias” se presentará como la versión contemporánea de la guerra justa, con la que se justificaron las cruzadas. Además, la persecución política y la consecuente criminalización de los movimientos opositores a las políticas neoliberales, como ha sido el caso del movimiento estudiantil en la Costa Rica de la dictadura de los Arias, que cubre su fachada de fascismo simpático[1] con un discurso democrático.

La promesa de la paz perpetua, parece más bien de la guerra permanente. Toda la historia de la modernidad, y prácticamente de toda la humanidad, va a estar marcada por la guerra. “en el siglo XVIII murieron 4,4 millones de personas en 68 guerras, en el siglo XX murieron 99 millones de personas en 237 guerras. Entre el siglo XVIII y el siglo XX, la población mundial aumentó 3,6 veces, mientras que los muertos por guerras aumentaron 22,4 veces” (Santos, 24). Es importante rescatar como tras la caída del Muro de Berlín, y el consecuente fin de la Guerra Fría, en lo que se esperaba que fuera “el fin de la historia”, de aquella “fea” historia caracterizada por una esencia hobbesiana, entraríamos a un mundo de competidores y aliados comerciales, aquella hermosa época “rosa” adornada con florcitas, que se le bautizó con el nombre -mal utilizado, es de rescatar- de “Globalización”.

De acuerdo con el reporte del SIPRI del 2004, en esa época al mejor estilo de los cuentos de hadas, es decir, en los 14 años de posguerra fría se produjeron 59 conflictos armados importantes en 48 lugares. La cifra de grandes conflictos armados en 2003 fue la menor para la totalidad del período, con la excepción de 1997, cuando se produjeron 18 conflictos armados importantes.

Es importante rescatar como se retorna a la idea de la guerra total. Al ser total, se moraliza la guerra, para que sea sacralizada, se lucha contra el mismo demonio. Enemigo que no se encuentra ya sólo representado en un gobierno, sino también en la población, la cual, según Ludendorff, está ligado intrínsecamente a la guerra y en consecuencia: el acto de la guerra ha de tener como finalidad no sólo la destrucción del ejército enemigo, sino incluso la de la población enemiga (Naville, 2004: 22). Con ello la guerra pasa a ser una guerra de exterminio, de carácter “civil-social mundial” (Saxe Fernández, 2005)

Y Por último, “la promesa de dominación de la naturaleza ha sido cumplida de un modo perverso bajo la forma de su destrucción y de la crisis ecológica” (Santos, 24). Históricamente el ser humano pasó de la recolección de materiales ofrecidos generosamente por la naturaleza, a la transformación de ésta mediante el uso extendido y cada vez más perfeccionado de herramientas y de su capacidad organizativa. La humanidad se amoldó primero a las condiciones impuestas por la naturaleza. Posteriormente, convertido ya en un homo faber (homínido forjador), adecua y transforma la naturaleza de acuerdo a sus necesidades y metas. El homo faber maneja, controla y transforma la naturaleza. Así el medio ambiente es cada vez más una construcción social que una situación dada y fija. Por esta razón, también los impactos sociales sobre el medio ambiente son acumulativos (Rodríguez, 2002:50-51)

Anterior a la formación de la sociedad occidental, las diferentes ramas de la humanidad sobrevivieron o sucumbieron en conflictos y destrucciones sociales y ambientas. Muchos grupos, pueblos, naciones, regiones y continentes se autodestruyeron, o fueron destruidos, en guerras (muerte y esclavitud) o sufrieron cataclismos naturales. Sin embargo, la humanidad sobrevivió, creció y se extendió por casi todos los continentes durante los últimos cuatro millones de años, pese a esas destrucciones ecológicas y sociales[2]. Pero ha sido con la expansión europea (cristianismo capitalista) a todo el planeta desde hace apenas unos 600 años (y sobre todo a partir del siglo XIX), cuando las dimensiones de los procesos destructivos sociales (militares, económicos, políticos, culturales), y ambientales, no han cesado de magnificarse. Crecer indefinida y permanentemente, eliminando la oposición social o natural, es la regla básica de supervivencia de esa civilización. Una civilización cristiana –excluyente de toda otra religión- y que se organiza en una economía política capitalista –excluyente de toda otra economía política (Saxe Fernández, 2005:25-26).

Se podría afirmar que en la dinámica capitalista, la pobreza es necesaria para que exista la opulencia, es decir, para que se de el desarrollo se debe perpetuar el subdesarrollo. Por lo tanto, o al menos esa es mi percepción, se debe tener claro que existe una ausencia-presencia del desarrollo dentro del subdesarrollo. Por lo tanto, no puede concebirse, afirma Hinkelammert, “una sociedad subdesarrollada sin concebir también una sociedad desarrollada” (1983:15).

Sin embargo, en contraposición a la afirmación de que el subdesarrollo no es una categoría independiente, sino una contradicción intrínseca del propio desarrollo, dada por Hinkelammert, parece más acertado Carmen al afirmar que, estos términos (subdesarrollo, en desarrollo, menos desarrollado, incluso desarrollado, BGH) son parte de una conspiración semiológica de ofuscación y que el único término genuinamente capaz de traducir la realidad global es “maldesarrollo” (Carmen, 2004:37). Esto porque “maldesarrollo” epitomiza la amplitud, la profundidad y la trágica realidad de un “fracaso global” (Amin, 1990; Lebrel, 1964; citado en Carmen, 2004:37).

Se dice que un país es subdesarrollado porque carece de lo que tienen los desarrollados, esto es, desarrollo (2004:37). Sin embargo, continúa Carmen, la única sorpresa con esta forma del discurso es que todavía sigue siendo moneda de curso 20 años después de publicado los Límites del Crecimiento (2004:37-38); a lo que hay que preguntarse: ¿cuán desarrollado es el desarrollo, mientras persista el peligro del subdesarrollo? Si, cuatro quintas partes de la gente en el mundo es pobre o desesperadamente pobre, y el abismo crece en forma continua, ¿cuán legítimo puede ser el ingenio de la antítesis subdesarrollado-desarrollado, si no existe voluntad aparente incluso para considerar la noción de sobredesarrollo? Se pregunta el autor (2004:38).

Sin embargo, toda la problemática de esta sociedad, se oculta detrás de la retórica del bienestar, se le hace creer a las personas que todo está bien sí él, como individuo se encuentra satisfecho, y producto de la libertad de consumir, el individuo puede satisfacer sus necesidades – que en última instancia son impuestas por la misma sociedad- por lo tanto llega a generarse, un sentimiento de que todo está bien, que todos los problemas han sido superados, y que quienes son pobres es porque así lo desean, en última instancia se crea una “conciencia feliz”.

Esta conciencia feliz “–o sea, la creencia de que lo real es racional y el sistema social establecido produce los bienes- refleja un nuevo conformismo que se presenta como una faceta de la racionalidad tecnológica y se traduce en una forma de conducta social” (…) “El poder sobre el hombre (sic) adquirido por esta sociedad se olvida sin cesar gracias a la eficacia y productividad de ésta. Al asimilar todo lo que toca, al absorber la oposición, al jugar con la contradicción, demuestra su superioridad cultural. Del mismo modo, la destrucción de los recursos naturales y la proliferación del despilfarro es una prueba de su opulencia y de “los altos niveles de bienestar” (Marcuse, 1972:114-115); en otras palabras, “la comunidad está demasiado satisfecha para preocuparse”[3].

Con esta “conciencia feliz” se piensa que las guerras, la tortura, incluso la pobreza se desarrollan al margen del mundo civilizado –aunque esos márgenes se encuentren en los mismos países del “Primer Mundo”- porque esos países recónditos son subdesarrollados, son bárbaros, que incluso aún merecen ser conquistados o en términos más suaves adaptados (entiéndase, capitalizados, democratizados, cristianizados).

Al considerarse como inviables las alternativas a este paradigma, y por la satisfacción de necesidades impuestas por el sistema, surge una sociedad del conformismo que menoscaba todo intento de conocimiento-emancipación, hasta el punto que busca aislar toda oposición con ello, esta es administrada por el sistema, en última instancia, es absorbida.

Se plantea aquí el problema de cómo acabar con la visión ortodoxa, que mantiene un virtual dominio monopólico sobre el curso del desarrollo global, que es inherentemente exclusivista y divisiva, en tanto el mito del crecimiento ha sido erigido sobre la explotación y el agotamiento de recursos que son en sí limitados (2004:3). Es aquí donde se presenta una alternativa para la desmitificación del desarrollo y para liberar a la sociedad de la “conciencia feliz”, Carmen nos dice, hay que descolonizar las mentes, tanto de los “desarrollados” como de los “subdesarrollados”. Se debe cumplir con la necesidad de redefinir en términos positivos, los valores culturales, sociales, educativos, éticos y otros, que tradicionalmente han sido poco considerados por las corrientes dominantes en economía del desarrollo (2004:2).

Pero, tomando una posición pesimista, esta descolonización de la mente se convierte en una tarea casi imposible cuando la gente se identifica con la existencia que les es impuesta y en la cual encuentra su propio desarrollo y satisfacción. Esta identificación, alega Marcuse, no es ilusión, sino realidad. Sin embargo, continúa el autor, la realidad constituye un estadio más avanzado de la alienación. Ésta se ha vuelto enteramente objetiva; el sujeto alienado es devorado por su existencia alienada (1972:41).

Es decir, la sociedad subdesarrollada, sabe que es -producto de la imposición de una visión ortodoxa por parte de la clase dominante-, subdesarrollada, y no sólo eso, sino que también se identifica con ese subdesarrollo, del cual nunca saldrá, por ser una pieza importante en la dinámica capitalista[4], debido a que “el desarrollo aumenta al mismo ritmo que el subdesarrollo, y ambos no son más que las caras de una misma moneda” (1983:21).

Cómo acabar con este colonialismo que “impone su control sobre la producción social de la riqueza y sobre la reproducción social, mediante la conquista política y militar. Su forma de dominación más eficiente, sin embargo, es el control, mediante la cultura, de cómo la gente se percibe a sí misma y sus relaciones con el mundo: los controles económicos y políticos nunca pueden completarse sin el control mental” (2004:10). Se debe tener presente que la alternativa, por no decir la única, viable para alcanzar el verdadero desarrollo, es la socialización del conocimiento y la tecnología, es decir la humanización, pues ella es o debería ser “nuestra vocación, ontológica tanto como histórica” (Freire, 1972:21; citado en Carmen, 2004:2).

Estas contradicciones, y otras que escapan o quedan por fuera, han provocado una crisis del paradigma del pensamiento político moderno y a toda la modernidad en sí misma. “Cabe decir que nuestras sociedades están atravesando un periodo de bifurcación, es decir, una situación de inestabilidad sistémica en el que un cambio mínimo puede producir, imprevisible y caóticamente, transformaciones cualitativas” (Santos, 11).

Sousa Santos sostiene que “la turbulencia de las escalas -cada fenómeno es el producto de una escala dentro de un régimen general de valores, DAK/BGH- deshace las secuencias y los términos de comparación y, al hacerlo, reduce las alternativas, generando impotencia o induciendo a la pasividad” (Ibíd.)

Para resguardar el paradigma frente a las anomalías que se presentaron, la estabilidad del paradigma quedó limitada al mercado y al consumo, pese a que en ellos también se produjeron cambios radicales.

Orwell resume en una frase por que es de gran importancia para la sociedad moderna resistir el surgimiento de un nuevo paradigma y esto se debe a la necesidad de mantener la jerarquía social, porque “si todos los seres humanos disfrutasen en la misma medida del lujo y el ocio, la gran masa, a quien la pobreza imbeciliza, comenzarían a entender muchas cosas logrando pensar por sí mismos; y al reflexionar, comprenderían más pronto o más tarde que tal minoría privilegiada carecía de derechos fundados para imponer leyes a los demás y las eliminarían. Una sociedad jerárquica sólo es posible generando pobreza e ignorancia” (Orwell, 2002:189).

Mediante la satisfacción de necesidades impuestas por el mercado, que servirá como tesis ad hoc, se diseña “un mundo ordenado sin fisuras, trasmitiendo a sus operadores una sensación de bienestar, tranquilidad y seguridad, haciendo desaparecer del futuro el miedo a la incertidumbre” (Roitman, 67). En última instancia, hacen desaparecer del futuro la posibilidad de un nuevo paradigma “alternativo” y diferente al actual.

En última instancia en el paradigma de la modernidad no se logra eliminar las anomalías que se presentaron en la Edad Media, pues aún persisten la jerarquía y la propiedad. Cabe rescatar que estos elementos no son propios del medioevo, por el contrario es un rasgo humano, demasiado humano, que nos ha acompañado en todo el proceso evolutivo. “los homínidos en proceso de humanización, es decir, los humanos actuales, únicamente hemos reforzado estos rasgos etológicos y los hemos disfrazado al revestirlos con una máscara cultural” (Carbonell; Sala, 2002: 75).

Por esto, “la defensa de los sistemas jerárquicos, las fronteras y las propiedades en la que aún se empeñan algunos especimenes humanos es una manifestación de comportamiento animal y, desde la perspectiva de la moral humana, una perversión. Las relaciones sociales y técnicas de las comunidades humanas deben fomentar el abandono paulatino de estos vestigios de animalidad que inciden de manera negativa en el comportamiento organizativo de nuestra especie” (Carbonell, Sala, Loc. Cit.).

Pero, las tesis ad hoc para la estabilidad sistémica recaerán en la tecnología y el derecho. Para citar un ejemplo, Eudald Carbonell y Robert Sala afirman como “los humanos habremos resuelto el enigma de nuestra conciencia cuando seamos capaces de socializar la técnica y dedicar todas nuestras energías al conocimiento y a la resocialización constante. Y esto todavía no ha sucedido porque aún no somos humanos”. Consecuentemente, para que la técnica y el derecho estabilicen el paradigma de la modernidad, será necesario un nuevo contrato social, en términos más políticos, una especie de nueva “paz de Westfalia[5]”.

La nueva “paz de Westfalia” frente a la crisis del paradigma político de la Modernidad

La modernidad está en fase de crisis, sus promesas degeneraron en perversiones características del medioevo. Al cederse la capacidad de pensar al sistema para que este administre y centralice lo pensado, se corre el riesgo de que este se resista al cambio. Con ello podría afirmarse que el homo dejó de ser sapiens, esto porque la acción de ceder la capacidad cognitiva al sistema es antinatural.

Por esta acción, “el ser y el estar en el mundo como sujeto, se castra la condición humana para provocar el advenimiento del pensamiento sistémico. Eliminar la diferencia es la base para imponer la sociedad del conformismo e inhabilitar la acción del pensar crítico. Pensar diferente” (Roitman 70).

Al eliminarse el pensar crítico, pasamos a ser “indiferentes ante hechos que suceden a nuestro alrededor o a distancia, pero cuya existencia desconocemos o de los cuales tenemos una visión confusa” (Roitman 76). Como afirmaba Anders en 1975, “No solamente la imaginación ha dejado de estar al lado de la producción, sino que también el sentimiento ha dejado de estar a la par de la responsabilidad. Todavía podría ser posible imaginar o arrepentirse por el asesinato de un semejante, o aun de compartir la responsabilidad por ello. Pero figurarse la eliminación de cien mil semejantes definitivamente sobrepasa nuestro poder imaginativo. Entre más grande sea el efecto posible de nuestras acciones, tanto menos capaces somos de representárnoslo, de arrepentirnos o de sentir responsabilidad por él. Entre más ancho es el abismo, tanto más débil es el mecanismo de frenado. Eliminar cien mil personas apretando un botón es algo incomparablemente más fácil que destazar a un individuo. Lo “subliminal”, el estímulo demasiado pequeño como para generar una reacción, ya ha sido reconocido en la psicología. Más significativo, sin embargo, aunque no haya sido visto ni mucho menos analizado, es lo “supraliminal”, el estímulo demasiado grande como para generar una reacción, o para activar algún mecanismo de frenaje” (Anders, 1975. citado por Saxe Fernández, 2005).
Pero el sistema no se mantendrá estático con la generación de la “ciencia feliz”. Buscará por todos los medios reestablecerse a través de la ciencia y el derecho. Para que esto sea llevado a cabo necesita una reestructuración paradigmática, por decirlo de alguna forma, es decir a través de un falso “nuevo contrato social” se pretenderá el surgimiento de un nuevo paradigma que en realidad, desde nuestra óptica, será un re-surgimiento del paradigma actual.

Para llevar a cabo dicho proyecto, se necesita, en primer lugar, eliminar toda oposición, recuérdese que el sistema puede hacer creer que tal tendencia es una ruptura sistémica o revolucionaria, pero en realidad es propuesta por el mismo sistema para ocultar su fachada absolutista. Y gracias a la estabilidad que genera el mercado y el consumo, que produce “conciencia feliz”, la oposición real se encuentra fragmentada y por ello es administrada. En segundo lugar, y gracias a la sociedad del conformismo, la eliminación de la condición de humano, con ello en el nuevo contractualismo los Derechos Humanos, al ser considerados como “distorsiones del mercado”, pueden ser omitidos y substituidos por los derechos de propiedad privada.

“Esta nueva contractualización poco tiene que ver con la idea moderna del contrato social. Se trata, en primer lugar de una contractualización liberal individualista, basada en la idea del contrato de derecho civil celebrado entre individuos y no en la idea de contrato social como agregación colectiva de intereses sociales divergentes. En segundo lugar, la nueva contractualización no tiene, a diferencia del contrato social, estabilidad. En tercer lugar, la contractualización liberal no reconoce el conflicto y la lucha como elementos estructurales del contrato. Al contrario, los sustituye por el asentimiento pasivo a unas condiciones supuestamente universales e insoslayables” (Santos, 13-14)

En este sentido debe recordarse que a diferencia del viejo imperialismo europeo en los albores de la edad moderna, el nuevo imperialismo se caracterizó por: un cambio de énfasis central de la rivalidad en el modelado del mundo a la lucha por impedir la contracción del sistema imperialista; el nuevo rol de los EEUU como organizador y líder del sistema imperialista mundial; y el surgimiento de una tecnología cuyo carácter es internacional (Magdoff, 1969: 48).

Este nuevo imperialismo surge tras la revolución rusa. Esto por que “antes de la segunda guerra mundial los rasgos principales eran la expansión del imperialismo hasta cubrir el globo y los conflictos entre potencias por la redistribución de territorio y esferas de influencia. Después de la revolución rusa se introdujo un nuevo elemento en la lucha competitiva: el impulso de reconquistar la parte del mundo que se había desligado del sistema imperialista y la necesidad de impedir que otros abandonaran la red del imperialismo (Magdoff, Loc. Cit.)

Sin embargo, esta red imperialista entrará en crisis. Tras la crisis petrolera de los años setenta, los EEUU vieron como su hegemonía y con ella la red imperialista que giraba en torno a ellos comenzó a declinar. Las actuales guerras llevadas a cabo por los EEUU tienen como propósito la apropiación de los recursos estratégicos, el reforzamiento de la red imperialista con una tendencia jerárquica más vertical que les permita, a los EEUU, superar sus crisis de poder y con ello consolidarse como un imperio mundial.

Es aquí donde entra en juego el nuevo contractualismo. Para sostener el paradigma político, se debe crear una nueva, o al menos revitalizarla, red imperialista mundial, por que con ella se establecería un nuevo orden jurídico internacional -recuérdese la importancia del derecho para la estabilidad frente a las anomalías-. Esto se llevará a cabo mediante la consolidación de un ius cogens emergente o norma imperativa de derecho internacional general. Resulta interesante como esa nueva normativa jurídica se está realizando a través de los Tratados de Libre Comercio. De acuerdo a la Convención de Viena sobre el Derecho de los Tratados de 1969, “una norma imperativa de derecho internacional general es una norma aceptada y reconocida por la comunidad internacional de Estado en su conjunto como norma que no admite acuerdo en contrario y que sólo puede ser modificada por una norma ulterior de derecho internacional general que tenga el mismo carácter” (Artículo 53).

Al surgir una nueva norma imperativa de derecho internacional general, de acuerdo a la Convención de 1969, “todo tratado existente que esté en oposición con esa norma se convertirá en nulo y terminará” (artículo 64).

Se puede interpretar, por consiguiente, que la nueva contractualización generará una nueva norma imperativa del derecho internacional general basada en el derecho de propiedad privada sobre la de Derechos Humanos, que como apuntamos anteriormente, dejaría de tener efecto porque se ha perdido la condición de humano. Esta norma imperativa, se basará, o al menos así se podría interpretar, en el derecho interno estadounidense, es decir, el proyecto estadounidense es el de internacionalizar su derecho interno. Se deduce de ello, que al mejor estilo del imperio romano, se creará un ius civile o derecho particular, es decir exclusivo para los ejércitos, ciudadanos (de primera categoría) y empresas estadounidenses y un ius gentum o derecho general para el resto de las “personas”, ejércitos y empresas del mundo. Esto se contempla en el capítulo 10 del CAFTA-DR y en el texto de la Implementation Act cuya sección 102.a.1 dice: “La Legislación de los EEUU prevalece en caso de conflicto. Ninguna disposición del Acuerdo, ni la aplicación de la misma a cualquier persona o circunstancia, que sea inconsistente con cualquier ley de los EEUU, tendrá efecto” (citada en Mora, 2006: 22).

Debe tenerse presente que ante la crisis del paradigma político de la modernidad, el espacio-tiempo nacional estatal se verá subsumido por el espacio-tiempo local y global. Con ello, y por la necesidad de la libre explotación unilateral de recursos estratégicos, conocida de forma “bonita” como “Libre Comercio” requiere de la eliminación de uno de los elementos fundantes del pensamiento político de la modernidad: la soberanía.

Si históricamente se concebía que “la soberanía se basaba en una fuerza armada suficiente para rechazar a los invasores, y la fuerza armada se adaptaba a la forma de un poder estatal centralizado”. Actualmente, un Estado es soberano en la medida en que “posea un centro político cuyas decisiones predominen sobre la voluntad de todas las autoridades subordinadas; es soberano respecto del mundo exterior en la medida en que pueda imponer su autoridad jurídica. Si se ve invadido por la fuerza armada, y no logra resistir, su autoridad desaparece junto con su soberanía, y esto ocurre cualesquiera sean su estructura social, su trama jurídica, su fachada constitucional o su régimen político”. (Lichtheim, 1972: 11-15).

Se entiende de ello que, por ejemplo, Costa Rica sede toda su soberanía, debido a que el Tratado de Libre Comercio lesiona la integridad territorial, y el bienestar de la población. De ahí que prácticamente Costa Rica, deja de ser un Estado-Nación -pierde su carácter de soberano- ya que se somete a la soberanía de los EEUU. Costa Rica, en última instancia pasaría a ser un “Estado-(neo)Colonial”, Estado por ser necesaria la administración colonial y el apoyo como “Estado-Nación”, aparente, a las políticas estadounidenses ante las Organizaciones Internacionales.

Al reproducirse esto a escala mundial, porque no es exclusivo del CAFTA, se contempla la emergencia de esta norma imperativa del derecho internacional general y con ella un nuevo Orden Jurídico Internacional que reestablecerá la red imperialista en su fase tardía, y sostendrá a EEUU en el centro del poder mundial hasta que se presente un nuevo paradigma que sustituya al actual o la destrucción definitiva del planeta producto de la crisis ecológica que acarrea este paradigma político.

En definitiva:
“Si el hombre supiese lo que tiene que sufrir él o lo que han de sufrir muchos de sus semejantes, quedaría mudo de espanto. Si se condujese el optimismo más entusiasta a través de los hospitales, leproserías, cámaras de tormento quirúrgico, prisiones y lugares de suplicio, campos de concentración o campos de batalla; si se le abriesen todas las oscuras guaridas donde se oculta la miseria, huyendo de las miradas de una curiosidad fría o en fin, si se le dejase ver el hambre y la miseria toda acabaría por rechazar la tesis de que este mundo es el mejor de los posibles”.
Arthur Schopenhauer

Referencias

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[1] Véase mi ensayo “Más allá del libre comercio: seguridad esencial” y “el puño visible del mercado. Neoliberalismo y guerra en América Latina”. http://leavingwonderland.blogspot.com. En donde expongo como la guerra es un elemento estructural del neoliberalismo y con ello su esencia es el fascismo. De ahí que, cuando el neoliberalismo necesita un régimen de seguridad nacional para mantenerse activo, en última instancia, un régimen fascista. Esa fascistización, o estado de guerra, en su etapa anterior se caracteriza por un reforzamiento de un estado policial, por ende, un régimen fascista “simpático”.
[2] En América, la megafauna del Pleitoceno fue destruida no solo por los cambios climáticos que conducían al Holoceno, sino por la acción de los pueblos inmigrantes ante lo que esos grandes animales no tenían defensas. (el Pleistoceno empezó hace unos 2 millones de años y duró hasta más o menos el 8 mil adne; el Holoceno empieza alrededor del 7 mil adne. – hace unos 9 mil años) (Saxe Fernández, 2005)
[3] Galbraith, J. 1956. American Capitalism; citado en Marcuse, H.1972. El Hombre Unidimensional. 9ª ed. Trad. Elorza, Antonio. México: editorial Seix Barral. P. 225
[4] Hinkelammert propone un análisis interesante al diferenciar la sociedad tradicional de la sociedad subdesarrollada. “la sociedad tradicional es una sociedad no desarrollada (…) El desarrollo como categoría propia surge con el advenimiento de la Revolución Industrial; antes de esta, carece de sentido hablar de desarrollo. La sociedad tradicional no sabe que es tradicional, en tanto que la sociedad desarrollada sabe que lo es, y sabe también, en consecuencia, que las sociedades previas a la Revolución Industrial son tradicionales”. Mientras que, “la sociedad subdesarrollada sabe que es subdesarrollada. La sociedad tradicional termina y desaparece en cuanto sabe que lo es. Al tomar conciencia de su condición, el subdesarrollo no desaparece de ninguna manera (…) Entre sociedad tradicional y sociedad desarrollada no se intercala necesariamente la fase del subdesarrollo, sino que, por el contrario, subdesarrollo y desarrollo son formas sociales que conviven y se refuerzan mutuamente (1983:16-18)
[5] Tomaremos la paz de Westfalia como referente conceptual y no como referente geográfico, ya que marcó el inicio del paradigma del pensamiento político en la modernidad, cuando se presente el nuevo referente conceptual para el abandono del paradigma de la modernidad, este concepto puede perder vigencia.

Hacia un Desarrollo Autónomo

“Somos testigos no de una suspensión temporal, ni siquiera de una posposición del desarrollo, sino de la confirmación de que el desarrollo es, y siempre ha sido, una proposición imposible”
Raff Carmen
Se dice que un país es subdesarrollado porque “carece de lo que tienen los desarrollados, esto es, desarrollo” (Carmen, 2004:37). Sin embargo, continúa Carmen, la única sorpresa con esta forma del discurso es que todavía sigue siendo moneda de curso 20 años después de publicado los Límites del Crecimiento (2004:37-38); a lo que hay que preguntarse: ¿cuán desarrollado es el desarrollo, mientras persista el peligro del subdesarrollo? Si, cuatro quintas partes de la gente en el mundo es pobre o desesperadamente pobre, y el abismo crece en forma continua, ¿cuán legítimo puede ser el ingenio de la antítesis subdesarrollado-desarrollado, si no existe voluntad aparente incluso para considerar la noción de sobredesarrollo? Se pregunta el autor (2004:38).

Debemos tener presente que el desarrollo es “esencialmente un proyecto intervencionista orquestado desde afuera, por agencias gubernamentales o por Organizaciones No Gubernamentales (ONGs) (2004:8).

De ello se desprende que la autonomía “en ningún sentido es sinónimo de reclamos eurocéntricos por la soberanía y el “dominio de cada individuo sobre su propio destino, o nociones cooptadas como democracia y “buena gobernancia”, mucho menos una ilusa e imposible autarquía. La “autonomía” queda conceptualizada en lo que Thomas Sankara ha definido como “el derecho de cada individuo a inventar su propio futuro” (Carmen: Ídem)

En última instancia el significado de la autonomía es, entre otras cosas “… el desarrollo de su (de los pobres) poder de negociación, hasta un grado donde (los interventores) no puedan imponer unilateralmente sus condiciones y regulaciones sobre los pobres, como receptores pasivos, sino más bien que los términos y condiciones de colaboración sean el resultado de un proceso en el que ambas partes sean respetuosas de las prioridades y de los intereses específicos de cada quien” (Verhagen, 1987. citado por Carmen, 2004: 72)

La raíz del problema es el sistema industrial, a su vez, producto de una matriz mental y cultural bien definida: cosmología europea fundada en la evolución particular de una mezcla de judeocristianismo, en términos de valores de un antropocentrismo racional (2004:28).

Toda la problemática de esta sociedad, se oculta detrás de la retórica del bienestar, se le hace creer a las personas que todo está bien sí él, como individuo se encuentra satisfecho, y producto de la libertad de consumir, el individuo puede satisfacer sus necesidades – que en última instancia son impuestas por la misma sociedad- por lo tanto llega a generarse, un sentimiento de que todo está bien, que todos los problemas han sido superados, y que quienes son pobres es porque así lo desean, en última instancia se crea una “conciencia feliz”.

Esta conciencia feliz “–o sea, la creencia de que lo real es racional y el sistema social establecido produce los bienes- refleja un nuevo conformismo que se presenta como una faceta de la racionalidad tecnológica y se traduce en una forma de conducta social” (…) “El poder sobre el hombre (sic) adquirido por esta sociedad se olvida sin cesar gracias a la eficacia y productividad de ésta. Al asimilar todo lo que toca, al absorber la oposición, al jugar con la contradicción, demuestra su superioridad cultural.

Del mismo modo, la destrucción de los recursos naturales y la proliferación del despilfarro es una prueba de su opulencia y de “los altos niveles de bienestar” (Marcuse, 1972:114-115); en otras palabras, “la comunidad está demasiado satisfecha para preocuparse”[1].
Con esta “conciencia feliz” se piensa que las guerras, la tortura, incluso la pobreza se desarrollan al margen del mundo civilizado –aunque esos márgenes se encuentren en los mismos países del “Primer Mundo”- porque esos países recónditos son subdesarrollados, son bárbaros, que incluso aún merecen ser conquistados o en términos más suaves adaptados (entiéndase, capitalizados, democratizados, cristianizados).

Orwell resume en una frase, el porque esta sociedad ofrece trabajo al menor costo y pretende crear consumidores más que desarrollar ciudadanos, y esto se debe a la necesidad de mantener la jerarquía social, porque “si todos los seres humanos disfrutasen en la misma medida del lujo y el ocio, la gran masa, a quien la pobreza imbeciliza, comenzarían a entender muchas cosas logrando pensar por sí mismos; y al reflexionar, comprenderían más pronto o más tarde que tal minoría privilegiada carecía de derechos fundados para imponer leyes a los demás y las eliminarían. Una sociedad jerárquica sólo es posible generando pobreza e ignorancia” (Orwell, 2002:189).

Se podría afirmar que en la dinámica capitalista, la pobreza es necesaria para que exista la opulencia, es decir, para que se de el desarrollo se debe perpetuar el subdesarrollo. Por lo tanto, o al menos esa es mi percepción, se debe tener claro que existe una ausencia-presencia del desarrollo dentro del subdesarrollo. Por lo tanto, no puede concebirse, afirma Hinkelammert, “una sociedad subdesarrollada sin concebir también una sociedad desarrollada” (1983:15).

Sin embargo, en contraposición a la afirmación de que el subdesarrollo no es una categoría independiente, sino una contradicción intrínseca del propio desarrollo, dada por Hinkelammert, parece más acertado Carmen al afirmar que, estos términos (subdesarrollo, en desarrollo, menos desarrollado, incluso desarrollado, BGH) son parte de una conspiración semiológica de ofuscación y que el único término genuinamente capaz de traducir la realidad global es “maldesarrollo” (Carmen, 2004:37). Esto porque “maldesarrollo” epitomiza la amplitud, la profundidad y la trágica realidad de un “fracaso global” (Amin, 1990; Lebrel, 1964; citado en Carmen, 2004:37).

Y por lo tanto, el mito del desarrollo colapsa frente al análisis del maldesarrollo, ya que, habría que evitar del todo cualquier referencia a “en desarrollo”, o bien, habría que aplicarla igualmente a todos los países, en tanto todos se están desarrollando en una forma ecológicamente insostenible (Naes, 1990:87; citado en Carmen, 2004:38).

Se plantea el problema de cómo desmitificar el desarrollo, como acabar con la visión ortodoxa, que mantiene un virtual dominio monopólico sobre el curso del desarrollo global, que es inherentemente exclusivista y divisiva, en tanto el mito del crecimiento ha sido erigido sobre la explotación y el agotamiento de recursos que son en sí limitados (2004:3).

Es aquí donde se presenta una alternativa para la desmitificación del desarrollo, Carmen nos dice, hay que descolonizar las mentes, tanto de los “desarrollados” como de los “subdesarrollados”. Se debe cumplir con la necesidad de redefinir en términos positivos, los valores culturales, sociales, educativos, éticos y otros, que tradicionalmente han sido poco considerados por las corrientes dominantes en economía del desarrollo (2004:2).

Pero, esta descolonización de la mente se convierte en una tarea casi imposible cuando la gente se identifica con la existencia que les es impuesta y en la cual encuentra su propio desarrollo y satisfacción. Esta identificación, alega Marcuse, no es ilusión, sino realidad. Sin embargo, continúa el autor, la realidad constituye un estadio más avanzado de la alienación. Ésta se ha vuelto enteramente objetiva; el sujeto alienado es devorado por su existencia alienada (1972:41).

Es decir, la sociedad subdesarrollada, sabe que es (producto de la imposición de una visión ortodoxa por parte de la clase dominante), subdesarrollada, y no sólo eso, sino que también se identifica con ese subdesarrollo, del cual nunca saldrá, por ser una pieza importante en la dinámica capitalista[2], debido a que “el desarrollo aumenta al mismo ritmo que el subdesarrollo, y ambos no son más que las caras de una misma moneda” (1983:21).

Cómo acabar con este colonialismo que “impone su control sobre la producción social de la riqueza y sobre la reproducción social, mediante la conquista política y militar. Su forma de dominación más eficiente, sin embargo, es el control, mediante la cultura, de cómo la gente se percibe a sí misma y sus relaciones con el mundo: los controles económicos y políticos nunca pueden completarse sin el control mental” (2004:10). Se debe tener presente que la alternativa, por no decir la única, viable para alcanzar el verdadero desarrollo, es la socialización del conocimiento y la tecnología, es decir la humanización, pues ella es o debería ser “nuestra vocación, ontológica tanto como histórica” (Freire, 1972:21; citado en Carmen, 2004:2).

Esto es lo que se ha estado desarrollando en América Latina donde en “más de 25 años de neoliberalismo ha producido el debilitamiento de la base industrial local y de las pequeñas explotaciones agrarias, así como de las oportunidades de empleo” (Cockroft, 1). Este genocidio económico gradual, continúa Cockroft, ha generado la humillante pobreza de tres cuartas partes de la población latinoamericana, una movilidad descendente de unas clases intermedias cada vez menos relevantes”.

Todo este saqueo, que ha sufrido América Latina ha producido –tratando de responder la pregunta del examen- una fuerte movilidad social que ha girado electoralmente a la izquierda. Producto de la exclusión en la repartición de las riquezas y no de la dinámica capitalista –los pobres son necesarios para que funcione el sistema, por lo que en la dinámica capitalista se encuentran incluidos- han surgido “nuevos sujetos sociales y políticos que están actuando en la región, con sus propias cosmovisiones, con sus propias sensibilidades, con sus propias formas de lucha y con su propia manera de organizarse para encarar lo que ellos perciben, no sin razón, como una crítica práctica a la realidad actual y, en menor medida, al proyecto de futuro que les están ofreciendo los representantes políticos de los sectores hegemónicos de las clases dominantes de la región” (Suárez, 2005:2).

Los oprimidos, afirma Carmen, pueden ser oprimidos dos, tres o muchas veces. Existen quinientos millones de personas discapacitadas en el mundo. Las mujeres son más de la mitad de la población mundial. Hay mil millones de analfabetos: tres de cada cuatro entre ellos son mujeres. El analfabetismo y la pobreza aplastante van de la mano. Toda esta situación resulta significativa: si van a haber soluciones, se debería empezar desde donde está el problema. Parte de la raíz de ese problema es el hecho de que el desarrollo, como lo conocemos, es “el proyecto del patriarcado occidental” (capitalista y cristiano, BGH) (Shiva, 1989; citado en Carmen, 2004:6).

Por lo tanto, la única vía posible para la humanización, y por consiguiente de la socialización del conocimiento y la tecnología, es con la destrucción de los “Dogmas Fundamentalistas de Occidente” (capitalismo-socialismo, democracia y cristianismo) que son simplemente estructuras que arrastramos de nuestra etapa homínida y que nos han impedido evolucionar, porque la socialización del conocimiento y de la tecnología acabarían con la propiedad y la jerarquía.

Luís Suárez, afirma que el “empobrecimiento de importantes sectores de las clases medias (incluidos los vinculados a las pequeñas y medianas empresas) se ha expresado en una constante pérdida de los niveles de vida que, en muchos de los casos subvencionados por el Estado “desarrollista”, ese sector disfrutó en etapas anteriores de la evolución del capitalismo dependiente latinoamericano y caribeño. Ese proceso –junto al cada vez más extendido desempleo, al subempleo y a la feminización de la fuerza del trabajo, tanto formal como informal- contribuye a explicar la emergencia de esas explosiones populares urbanas” (2005:3).

Estos nuevos movimientos sociales formados por desempleados, nuevos pobres, estudiantes, amas de casa, y otros, llegan a unirse a los viejos movimientos sociales, principalmente sindicatos, llegando a colocar en el poder a gobiernos neoliberales moderados como es el caso de Brasil, Argentina, Uruguay, Chile y Paraguay, hasta gobiernos declarados de izquierda como sería el caso de Ecuador, Venezuela y Bolivia.

De esta forma es como en América Latina se crean nuevas formas de “construir” ciudadanía, y con ello, nuevos modelos de desarrollo, donde las bases populares monitorean a los gobiernos que ellos han colocado, exigiéndoles que cumplan sus promesas de campaña, censurando al gobierno cuando pretenden implementar políticas que presenten repercusiones negativas en la sociedad civil, como es el caso del Movimiento de los Sin Tierra (MST) en Brasil, o de los movimientos campesinos e indígenas en Bolivia.
James Cockroft plantea como estos nuevos movimientos sociales pese a pertenecer a diferentes países y presentar diferentes realidades comparten características ideológicas: 1) su fundamento en los valores humanos; 2) su organización participativa; 3) su internacionalismo; y 4) su defensa de la soberanía de los estados-nación. Es decir, que la ciudadanía que se está construyendo en América Latina, desprovista del alto consumismo y la “conciencia feliz” que impone el mercado, se sustenta en el amor y el respeto a los demás, la justicia social, exige como derecho la participación popular en las decisiones estatales sustituyendo la partitocracia, además de la organización interestatal con otros pueblos en una lucha contra el neoliberalismo y las intervenciones imperialistas, y sobre todo en un reconocimiento y defensa de los principios de autodeterminación, la no intervención y la no agresión (Cockroft: 4).

Tras todo lo antes mencionado cabe preguntarse ¿es el “modelo bolivariano” un verdadero modelo de desarrollo autónomo? No se podría afirmar seriamente que el modelo bolivariano que el presidente Hugo Chávez pretende implantar en Venezuela llegue a dar verdaderos frutos. Cuán diferente es ese “Socialismo del Siglo XXI”, esa “alternativa” a la latinoamericana de los otros “Dogmas Fundamentalistas de Occidente[3]” y cuán efectivo será ese socialismo que se mantiene prácticamente por el peso del petróleo en la política internacional.

Sin embargo ese “petropoder” acarrea graves consecuencias, sobre todo cuando se proponen “alternativas” al “american way”. Consecuencias que no sólo van desde presiones económicas, como es el caso del bloqueo a Cuba, a presiones políticas. Sino que, y en especial con la Camarilla Bush en el poder, se gestan intervenciones militares, Irak por ejemplo.
“Otros medios políticos –amenazas, guerras, ocupación colonial- son ayudas valiosas para allanar el camino al ejercicio de una influencia política apropiada en un país extranjero con miras a obtener posiciones comerciales privilegiadas, a lograr la adjudicación de derechos y de propiedad minera, a eliminar obstáculos al comercio exterior y la inversión, a abrir las puertas a los bancos extranjeros y otras instituciones financieras que facilitan la irrupción y la ocupación económica” (Magdoff, 1969:46)

Es meritorio recordar en 1950, a George Kennan, quien apuntaba, en una sesión informativa para embajadores en América Latina, que “una de las preocupaciones principales de la política exterior estadounidense debía ser la protección de nuestras materias primas, en un plano más amplio, de los recursos materiales y humanos que son nuestros por derecho legítimo. Para proteger nuestros recursos, debemos combatir una herejía peligrosa que, tal como señaló la inteligencia norteamericana, estaba proliferando en América Latina: la amplia aceptación de la idea de que el gobierno tiene la responsabilidad directa del bienestar del pueblo” (citado en Chomsky, 1988:34, subrayado nuestro).

Existe un estrecho paralelismo entre “la agresiva política extranjera de los EEUU, dirigida al control (directo o indirecto) de tan grande porción del globo como sea posible, por una parte y la enérgica política expansionista de los negocios norteamericanos por la otra” (Magdoff, 1969:15)

Con ello se muestra cuan difícil será mantener un modelo autónomo de desarrollo, dentro del “patio trasero” de EEUU, en especial en un territorio poseedor de grandes yacimientos de petróleo pesado y de una riqueza en biodiversidad como es el caso de Venezuela. Por ello no se puede ser tan optimista y creer ciegamente que el modelo venezolano podrá sostenerse más allá de lo que el gobierno de EEUU así lo desee. Sin embargo, es de vital importancia tener presente la estrategia de contención llevada a cabo por Venezuela al unísono con potencias como Rusia, Brasil China e India, sino también con países de gran valor estratégico como es el caso de Cuba, Bolivia, Irán, Ecuador, entre otros.

Para EEUU “controlar los recursos en materias primas es a la vez un mecanismo protector contra la presión de los competidores, y un arma ofensiva para tener a raya a los competidores no integrados. La propiedad y el control de los abastecimientos de materia prima son, por norma, un requisito esencial de la capacidad de una firma o de un grupo de firmas líderes para limitar la competencia nueva y controlar la producción y los precios de los productos terminados. Es más: la propia dimensión de las grandes firmas verticalmente integradas les da los recursos para explotar y desarrollar nuevas fuentes potenciales alrededor del mundo” (Magdoff, 1969:40).

De ahí que, para que el modelo de desarrollo que se está gestando en Sudamérica sea realmente autónomo y, además, pueda soportar, al menos por un lapso de tiempo más a lo esperado por los designios de Washington, los embates del imperialismo, este modelo debe presentarse como una revolución que tienda hacia una ruptura. Una ruptura radical de los “Dogmas Fundamentalistas de Occidente”.

A eso es lo que teme EEUU y la red imperialista. La posibilidad de que esa ruptura sea contagiosa y con ello se desate un “efecto dominó” en el continente, y posteriormente a nivel mundial. Por ello, EEUU “negocia” Tratados de Libre Comercio de forma geoestratégica, vigilando de esa forma a los países que no se guíen por el “american way of life”[4].

Se debe tener presente, en relación con lo anterior, es que: “lo que es importante para la comunidad comercial, y al sistema de los negocios como un todo, es que la opción: inversión extrajera (y comercio extranjero) permanezca abierta. Para que esto adquiera un significado el sistema de empresa privada requiere, como mínimo, que los principios políticos y económicos del capitalismo prevalezcan y que queden abiertas completamente las puertas para el capital extranjero en todo momento (Magdoff, 1969:23).

Sin embargo, al contemplar las afirmaciones de Hugo Chávez en cuanto al modelo “alternativo” de desarrollo, su “socialismo del siglo XXI”, no se puede decir más que nihil novum sub sole, nada nuevo bajo el sol; no se contempla ruptura alguna de los preceptos occidentales. Como es el caso de cuando Chávez afirma que la revolución es "nacionalista, bolivariana y cristiana". Asimismo sostiene que “Bolívar y Jesús serían socialistas en la Venezuela actual y que el socialismo venezolano es socialismo porque prioriza al ser humano, en lugar del capital””[5].
Cuando el mismo Chávez niega que se este improvisando la transición hacia el socialismo, recuerda, más bien la famosa “dictadura del proletariado”, sumándose, además, sus intenciones de continuar en el poder tras el fin de su segunda administración. Con ello, se contempla que ese modelo “alternativo” más que ser una propuesta de desarrollo autónomo podría ser catalogada más como de carácter personalista que una propuesta participativa creada por y para la población.

Hasta el momento, pues sería un terrible error, el modelo de desarrollo venezolano no varía en mucho de los preceptos occidentales en relación al desarrollo. Sus propuestas para llegar al socialismo más allá del plano teórico, pueden tornarse al final en una especie de “dictadura del proletariado” y consecuentemente la posibilidad de un verdadero desarrollo autónomo caerá en la utopía.

Hay que rescatar, sin embargo, la fuerte tendencia a la nacionalización y la mejor redistribución de la riqueza que realiza el gobierno de Chávez; además de la propuesta del ALBA, pieza intrínseca del “modelo de desarrollo venezolano”, es un elemento que debe ser rescatado, pues cumple la importancia de ser un mecanismo, de cierto modo, alternativo a la propuesta del ALCA de los EEUU, con el propósito de crear su “Fortaleza América” para las proyecciones mundiales del hegemón en decadencia.

Otro elemento que debe rescatarse a favor de este incipiente modelo de desarrollo es que “existe una enorme fragmentación en la comprensión del concepto "socialismo del siglo XXI" que según la intención del Presidente sería el vehículo teórico estratégico para llevar la Revolución Bolivariana hacia la sociedad poscapitalista”[6].

Esta fragmentación, Afirma Dieterich, “resulta de varios hechos, entre ellos: a) de la ausencia de una vanguardia nacional y de un estrato de cuadros medios, capaces de explicar a las clases sociales lo que es el socialismo del siglo XXI; b) la distorsión premeditada de la discusión por parte de intelectuales oligárquicos y, también, de sectores “antisocialistas” y “antibolivarianos” dentro y fuera del "Chavismo"; c) la falta de asimilación del único paradigma científico existente del Socialismo del Siglo XXI, elaborado por las Escuelas de Bremen y de Escocia, que resulta en un nivel precientífico de comprensión de los grados de libertad -las posibilidades de evolución- de la Revolución Bolivariana”[7]. Con ello, este modelo, tiene como uno de los principales puntos a favor su reciente planteamiento y puesta en práctica.
Por último, y a modo de conclusión, Carmen, acierta al afirmar que “la liberación vendrá de un cambio drástico y una reevaluación de valores culturales, espirituales y éticos, que eventualmente se manifestarán en una transformación, tanto de la sociedad como de la economía (2004:31). Es pues, el único camino hacia la libertad y el desarrollo pleno del humano, la transmutación de los valores, expuesta por Nietzsche, ya que “la humanidad hasta el presente ha creado una serie de valores que se oponen a la vida, basándose en ideas –ficciones- de carácter universal que se fundamentan en una realidad fuera del mundo. Todo esto ha llevado consigo la destrucción del ser humano” (Gómez, 2000,164).

Resulta importante tener presente la situación de crisis que vivimos actualmente, donde, por ejemplo, “la cuestión de la comida (y la falta de comida) llega a las raíces mismas del mal funcionamiento económico y político. En otras palabras, vivimos en un mundo defectuoso o maldesarrollado, o bien sobredesarrollado o bien subdesarrollado (Lebrel, 1965, citado por Carmen, 100)
Si no alcanzamos la transmutación y con ello la humanización de la humanidad, es prácticamente imposible salir del maldesarrollo en el que nos encontramos y toda la sociedad, junto al planeta colapsará (colapso que ya ha comenzado) producto de un sistema político-económico insostenible.
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[1] Galbraith, J. 1956. American Capitalism; citado en Marcuse, H.1972. El Hombre Unidimensional. 9ª ed. Trad. Elorza, Antonio. México: editorial Seix Barral. P. 225
[2] Hinkelammert propone un análisis interesante al diferenciar la sociedad tradicional de la sociedad subdesarrollada. “la sociedad tradicional es una sociedad no desarrollada (…) El desarrollo como categoría propia surge con el advenimiento de la Revolución Industrial; antes de esta, carece de sentido hablar de desarrollo. La sociedad tradicional no sabe que es tradicional, en tanto que la sociedad desarrollada sabe que lo es, y sabe también, en consecuencia, que las sociedades previas a la Revolución Industrial son tradicionales”. Mientras que, “ la sociedad subdesarrollada sabe que es subdesarrollada. La sociedad tradicional termina y desaparece en cuanto sabe que lo es. Al tomar conciencia de su condición, el subdesarrollo no desaparece de ninguna manera (…) Entre sociedad tradicional y sociedad desarrollada no se intercala necesariamente la fase del subdesarrollo, sino que, por el contrario, subdesarrollo y desarrollo son formas sociales que conviven y se refuerzan mutuamente (1983:16-18)
[3] Entiéndase Capitalismo, Socialismo, Cristianismo y Democracia. Esto quiere decir, siguiendo el discurso occidental: no existe un sistema económico que no sea el capitalismo, sólo existe una religión verdadera y es el cristianismo, es impensable otro sistema político que no sea la democracia. Y a quien se le ocurra criticar al capitalismo; o rechazar la existencia de una idea cínica divinizada (mejor llamada dios) o creer en otros; o el simple hecho de dudar de la eficiencia de lo que se conoce como democracia, es catalogado como personae non gratae en esta sociedad, incluso en este planeta.
[4] Para comprender la estrategia geopolítica detrás de los TLC véase mi “Más allá del libre comercio: seguridad esencial. En http://leavingwonderland.blogspot.com
[5] Dieterich, H. 2005. Venezuela. ¿puede triunfar el socialismo del Siglo XXI? En www.rebelion.org
[6] Dieterich, H. Loc. Cit.
[7] Ídem

La Inversión Ideológica de la “Guerra contra el Terrorismo”

“El Terrorismo va dirigido contra la gente que mira, no contra las víctimas; su función es claramente comunicativa. El terrorismo es teatro”.
Salustiano Del Campo


“Sin medios de comunicación no hay terrorismo pues el efecto espectáculo es consustancial a su actividad. La violencia física se ejerce, sobre todo, para configurar una violencia simbólica que pese sobre el ánimo colectivo y determine los comportamientos”.
Umberto Eco

El término Terrorismo, en teoría, no debería ser complicado encontrar una definición. Se podría proponer dominación por el terror y sucesión de actos de violencia para infundir terror. Y también se podría acordar definiciones alternativas como uso de la fuerza para atemorizar o matar a personas para obtener fines ilegítimos. Cabe advertir, de antemano, que la complejidad y controversia del concepto del terrorismo implica, al utilizarse, un juicio de valor sobre sus acciones y protagonistas, muchas veces de forma adrede como es el caso en estudio: “la guerra contra el terrorismo”.

Pese a que existe una íntima relación entre el terrorismo y el terror, ambas nociones deben diferenciarse. Si bien “el vocablo terrorismo deriva de la palabra terror, la cual proviene del mismo término latino y está asociada a otros dos verbos: deterrere –asustarse de algo o alguien- y terrere –hacer estremecer, infundir miedo, espantar o amedrentar-”. Por ello “sería incorrecto equiparar estas dos formas de violencia. Terror y terrorismo no son sinónimos y ni siquiera el uso del terror es privativo del terrorismo o define exclusivamente su esencia. Es más, es necesario destacar que ni un acto aislado de terror ni una serie de actos fortuitos de terror constituyen terrorismo” (Kreibohm, 2005, 11, 12).

Paul Wilkinson sostiene que “si bien ambas actividades están fundadas en la violencia extrema y en la provocación de miedo, el terrorismo implica el uso continuo y sistemático del terror por parte de personas armadas –y Estados principalmente, BGH- sobre un conjunto de individuos indefensos, en la creencia de que esto dará frutos políticos”[1].

El terrorismo debe ser entendido como la táctica de utilizar un acto o una amenaza de violencia contra individuos o grupos para cambiar el resultado de algún proceso político (1990:259). Sin embargo esta definición dada por Deutsch es muy escueta, no brinda mayor detalle sobre el fenómeno y se limita al ámbito político. Más acertadamente, se podría afirmar que el terrorismo es: “el empleo premeditado de violencia o amenaza de violencia para lograr objetivos de naturaleza política, religiosa o ideológica (incluido el ámbito económico)... mediante la intimidación, la coerción o la siembra del miedo” (Chomsky, 2004:266; énfasis BGH). En esta se encuentra otros ámbitos en los que se aplica el terrorismo.

También se podría afirmar que “hablar de terrorismo es hablar de violencia. Pero no de cualquier violencia. Ante todo, podemos considerar terrorista un acto de violencia cuando el impacto psíquico que provoca en una determinada sociedad o en algún sector de la misma sobrepasa con creces sus consecuencias puramente materiales. Es decir, cuando las reacciones emocionales de ansiedad o miedo que el acto violento suscita en el seno de una población dada resultan desproporcionadas respecto al daño físico ocasionado de manera intencionada a personas o a cosas” (Reinares, 2003:16). Esta definición se enfoca más al aspecto psicológico de las víctimas, dejando de lado los objetivos políticos, económicos, religiosos o ideológicos que busca el terrorista, aunque se sobreentiende que el impacto psíquico provocado por el terrorismo busca dichos objetivos[2].

Kreibohm afirma que “el terrorismo es una construcción teórica y una vía práctica, empleada con fines políticos por sujetos activos contra individuos pasivos; sus acciones suponen el uso planificado y calculado de una forma especial de violencia la cual representa y moviliza las aspiraciones de un grupo en base a un conjunto de elementos filosóficos, teóricos o ideológicos, por muy crueles que éstos sean” (2005: 15).

Para Calduch, el terrorismo es “una estrategia de relación basada en el uso de la violencia y de las amenazas de violencia por un grupo organizado, con objeto de inducir un sentimiento de terror o inseguridad extrema en una colectividad humana no beligerante y facilitar así el logro de sus demandas”[3]

Ahora bien, me atrevo a formular una definición un tanto alejada del discurso oficial: “las acciones o políticas emprendidas contra una población determinada por parte de la clase dominante para lograr un mayor control y sometimiento a sus designios”. Desde un punto de vista político, el terrorismo no es otra cosa que el terrorismo de Estado, y por lo tanto, toda acción violenta que busque minar el accionar del Estado o clase dominante debe ser entendida como contraterrorismo. Sin embargo, es inadmisible e impensable, incluso hasta satanizado, afirmar que la clase dominante se dedica oficialmente al terrorismo, y más aún decir que los actos terroristas son contraterrorismo. Lo que sucede no es otra cosa que doblepensar y crimental[4], en otras palabras, la retórica, ese arte de embellecer la expresión de los conceptos, en el cual el verdadero terrorismo (reiteramos, el terrorismo de estado) es presentado como contraterrorismo, a veces llamado como “conflicto de baja intensidad” o “contrainsurgencia”, así sean los peores genocidas: por ejemplo los nazis (tanto los que gobernaron en Alemania como los que gobiernan en EEUU e Israel). Y presentan a las acciones no gubernamentales como el único terrorismo existente. Se debe tener muy presente que “el terror es primordialmente un arma de los poderosos (Chomsky, 2004:268).

De hecho, en la gran mayoría de trabajos sobre el tema, los autores le atribuyen la categorización de terroristas a organizaciones que minan el accionar del Estado pese a que tienen presentes la noción de terrorismo de Estado y con ello terminan reproduciendo el discurso oficial.

En la actualidad, la noción del concepto de terrorismo, se puede encontrar rasgos significativos. En primer lugar, la noción de terrorismo de Estado apenas tiene cabida en las teorizaciones norteamericanas, como no sea que se deslice subrepticiamente de la mano de la actividad de alguno de los Rouge States (Taibo, 2005b:78). Como se mencionó anteriormente, en la apología estatal, las acciones ejercidas por el Estado, nunca son acciones terroristas, con una clara excepción igualmente discursiva, los únicos Estados que sus acciones si son terroristas son los Estados que no orbitan dentro del área de influencia (dominación) del hegemón, más conocidos como Rouge States o Estados Canallas.

Un segundo rasgo que resalta es una llamativa distorsión estrechamente vinculada con la anterior: se olvida siempre que el número de muertos generados en los tres últimos decenios del siglo XX por lo que comúnmente se entiende por terrorismo ascendió aproximadamente a unos diez mil, un guarismo modesto si lo comparamos con el de los muertos provocados por las maquinarias de terror a disposición de los Estados (2005b:78). No hace falta profundizar mucho en este aspecto, para darle la razón al autor, si ponemos por ejemplo, la cantidad de personas asesinadas por ser consideradas herejes por la Inquisición; el aniquilamiento de las poblaciones nativas de América por parte de los conquistadores europeos; los aproximadamente 80 millones de muertos por las guerras mundiales; la cantidad de personas que mueren día a día por los embargos impuestos por gobiernos como el de Estados Unidos, para doblegar a Estados que no se someten a sus designios;

Por último, y de forma irónica, la cantidad de muertos producto de las intervenciones humanitarias, si se suman todas estas cifras y se comparan por ejemplo con los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001, en el cual murieron 3.000 personas, se denota estrepitosamente que el verdadero terrorismo es el estatal y del cual “EEUU ha sido protagonista de un sinfín de actos de cariz presuntamente terrorista entre los que cuentan el derribo de aviones, el hundimiento de buques, el secuestro de personas, el bombardeo inopinado de ciudades, el despliegue de sanciones económicas letales para poblaciones enteras o el respaldo permanente dispensado a crímenes como los cotidianamente protagonizados por Israel” (2005b:78-79).

Y como último rasgo que se encuentra es que el discurso oficial no muestra propensión alguna a escarbar en las eventuales razones que vendrían a explicar comportamientos desbocados como los que se revelaron el 11 de septiembre de 2001 (2005b:79). En sus discursos oficiales las potencias se contentan con señalar que el terrorismo y la proliferación de armas de destrucción masiva son las nuevas amenazas del siglo XXI, y eluden que la pobreza y el expolio de los recursos, afirma Taibo, guardan alguna relación con los dos fenómenos invocados, o al menos con el primero.

Se puede establecer como regla que la materialización de un acto terrorista inducirá a la materialización de otro acto terrorista y así continuará de forma cíclica perpetuándose. Es decir, la aplicación del terrorismo acarrea un contra-terrorismo y dicho contra-terrorismo acarrea consigo un contra-contra-terrorismo, se establece por consiguiente un ciclo de terror, es decir, una constante actividad terrorista que conduciría al “sistema” internacional a una guerra permanente. A todo esto se le adhiere el “dilema del terrorismo”: como realizar una efectiva lucha contra el terrorismo sin que ello conlleve a una respuesta más violenta. Como se tratará de explicar en este ensayo, la lucha contra el terrorismo llevada a cabo por los EEUU, fuera de la retórica discursiva no pretende una merma en los actos terroristas, por el contrario, sus políticas lo que buscan es una agudización del problema y con esto perpetuar su lucha, esto con el objeto de justificar sus intervenciones militares en los países de donde pueda obtener un interés específico y con ello generar ganancias a su “complejo industrial-militar-comunicativo-universitario”.

Detrás de la retórica de la lucha contra el terrorismo

Para comprender la inversión ideológica –y en realidad toda inversión ideológica- se debe tener en cuenta la utilización del lenguaje como un mecanismo de la administración total. Al lograr identificar los elementos lingüísticos de la administración total el resultado es la aparición del conocido lenguaje orwelliano, y con ello se cumple la afirmación de Roland Barthes: “ya no hay ningún lapso entre la denominación y el juicio, y el cierre del lenguaje es perfecto…”[5]

De ello se aduce que “el lenguaje cerrado no demuestra ni explica: comunica decisiones, fallos, órdenes. Cuando define, la definición se convierte en separación de lo bueno y lo malo; establece lo que es correcto y lo equivocado sin permitir dudas, y un valor como justificación de otro” (Marcuse, 1972: 132).

Lo anterior lo encontramos a lo largo del documento “Estrategia de Seguridad Nacional de los Estados Unidos”, de donde se desprenden frases como:

“La libertad es una demanda no negociable de la dignidad humana; el derecho natural de toda persona -en cualquier civilización. A través de la historia, la libertad se ha visto amenazada por la guerra y el terrorismo; ha sido desafiada por las voluntades conflictivas de Estados poderosos y los propósitos malvados de tiranos; y ha sido puesta a prueba por la pobreza y las enfermedades que se propagan. Hoy, la humanidad tiene en sus manos la oportunidad para hacer que la libertad triunfe sobre todos estos enemigos. Estados Unidos acoge con beneplácito nuestra responsabilidad de encabezar esta gran misión (2002: 3)[6]”.

Y de forma más enfática en los discursos del presidente Bush: “A algunos les preocupa que hablar en términos de lo que es justo o injusto puede no ser diplomático o puede ser descortés. No estoy de acuerdo con esto. Diferentes circunstancias requieren métodos diferentes, pero no moralidades diferentes”[7].

Marcuse afirma que “cuanto más global sea el conflicto que construyen con objeto de afrontarlo, más normal sea la proximidad de la destrucción total” (1972:134) con ello se pone de manifiesto la necesidad de la conspiración terrorista, es decir, “el asalto al poder sobre el mundo necesita de un enemigo presente en el mundo entero que amenace al asaltante, ya que, para defenderse, éste debe tomar el poder sobre el mundo entero” (Hinkelammert, 2003: 35) y con ello “se logra un impacto inmediato que sirve para provocar el miedo en la población frente a la conspiración mundial” (2003:36).

Cabe rescatar en este punto dos factores que integran la esencia del terrorismo de acuerdo a Charles Townshed: a) su carácter esencialmente simbólico y; b) el hecho de que sus usuarios estén profundamente convencidos de la utilidad o necesidad del empleo del terror[8].

De la Estrategia de Seguridad Nacional se desprende un elemento medular para comprender la inversión ideológica que hay en la guerra contra el terrorismo, el asalto al poder sobre el mundo:

“Al defender la paz, aprovecharemos también una oportunidad histórica para preservar la paz. Hoy, la comunidad internacional tiene la mejor oportunidad que se ha presentado después del nacimiento del Estado nación en el siglo XVII, para crear un mundo en el que las grandes potencias compiten en paz en lugar de prepararse continuamente para la guerra. Hoy, las grandes potencias del mundo nos encontramos en el mismo lado –unidos por los peligros comunes de la violencia y el caos terroristas. Estados Unidos se basará en estos intereses comunes para promover la seguridad mundial”… “Estados Unidos aprovechará este momento de oportunidad para extender los beneficios de la libertad al mundo entero. Trabajaremos activamente para llevar la esperanza de democracia, desarrollo, mercados libres y libre comercio a todos los rincones del mundo” (2002: 2).

Por último también afirma que “Estados Unidos posee en el mundo poder e influencia sin precedentes y sin igual. Esta posición, sostenida por la fe en los principios de libertad y por el valor de una sociedad libre, viene acompañada de responsabilidades, obligaciones y oportunidades sin precedentes. Se debe usar la gran fuerza de esta nación para promover un equilibrio de poder que favorezca la libertad” (2002: 3).

Para lograr este asalto sobre el mundo, el texto del documento es contundente, Estados Unidos “se erigirá en paladín de los anhelos de dignidad humana” (2002: 3). Claro está que por humanidad vamos a entender lo mismo que por el pueblo elegido de “Dios” para hacer valer su palabra sobre todo el mundo.

Se debe tener presente que “el acto terrorista por sí solo no es prácticamente nada; la publicidad lo es todo, y el verdadero riesgo que corren los terroristas es la indiferencia, el desinterés, la falta de publicidad y la pérdida de su imagen de luchadores por la libertad o de salvadores de una clase, un credo o una sociedad. Para evitarlo intentan generalizar la angustia y el terror, atacando objetivos de alto valor simbólico (Kreibohm, 2005: 27). ¿Qué habría sucedido, si los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 no hubieran sido tan “promocionados” por los medios de comunicación? Y en contexto junto a los escándalos de corrupción de corporaciones como Enron, entre otras; la baja popularidad del presidente Bush en los primeros meses de su administración –anteriores al 11/9/01- ¿habría podido Bush reelegirse como presidente?

Si retomamos elementos de las nociones de terrorismo planteados anteriormente, debe considerarse a este como una estrategia de relación. Ello significa “la existencia de una planificación de las actividades, previa a su ejecución y, por tanto, excluye las actuaciones o situaciones puramente espontáneas o accidentales”[9].

Se presenta aquí un doble discurso, por una parte el gobierno de EEUU presenta a los terroristas que realizaron el atentado, como una organización que cuidó hasta el más mínimo detalle, que tuvo la paciencia para entrenarse y planificar toda la operación. Al final tomaron al país desprevenido, y ello les permitió mostrar a los EEUU como vulnerables ante ataques terroristas. Sin embargo, resulta interesante un análisis más detallado sobre los movimientos gubernamentales y financieros momentos antes y durante los atentados. Por ejemplo “la coincidencia de los ataques terroristas con “Vigilant Warrior”, un ejercicio militar del comando aéreo estratégico, NORAD, localizado a cientos de metros bajo tierra en las montañas Cheyene, Colorado, bajo la responsabilidad del general Ralph Eberhart, realizado el 11-9, que, curiosamente coincidió con numerosos otros “juegos de guerra” realizados ese día en puntos neurálgicos y que en este caso particular dirigieron la atención de todas las fuerzas aéreas de EEUU, incluyendo los aviones radar AWACS, hacia un hipotético ataque ruso” (Saxe, J. 2006: 216). O los registros de “operaciones bursátiles que durante los días anteriores a los ataques especularon con las acciones de varias empresas de aviación, corredurías y aseguradoras que serían gravemente afectadas por el uso de aviones comerciales con pasajeros como armas de ataque” (2006: 224).

Por último resulta interesante una de las primeras consecuencias de esos ataques, en beneficio del Carlyle Group –uno de los principales contratistas militares, y de cuyos miembros varios pertenecen a la administración Bush, incluido él mismo y su padre-: “el Congreso aprueba de inmediato el desbloqueo de 40 millardos de dólares para la Defensa mientras que, en la sombra, los miembros de la administración Bush comienzan a sacar cuentas sobre el presupuesto de 2002 del Pentágono, que prevé un alza de 33 millardos de dólares” (2006: 225).

Otro suceso que no puede dejar de mencionarse, es la presentación del documento “Rebuilding America’s Defensas: Strategy, Forces and Resources for a New Century”, suscrito en septiembre de 2000 por el Project for a New American Century (PNAC) de donde se desprende que EEUU en la actualidad no tiene rival a nivel mundial y que gracias a ello EEUU debe preservar y extender su poderío para consolidarse en un futuro[10]. Y producto de ese poder sin igual, los EEUU debía prepararse para posibles ataques al territorio nacional. También se deben tener presentes los “trabajos académicos” de los neoconservadores (neocons) que en los albores de las elecciones presidenciales del 2000 –que también deben ser considerados como propaganda política para desvirtuar a los demócratas-, en la que enfatizaban la necesidad de modernizar las fuerzas armadas estadounidenses que producto de los “dividendos para la paz” que ofrecía la administración Clinton habían entrado en decadencia y se corría el peligro de que EEUU no saliera victorioso ante la nueva que se estaba confabulando –en realidad que ellos, los neocons, estaban confabulando-.

Por ejemplo, Frederick W. Kagan, en un artículo afirmaba que: “EEUU debe ser capaz de luchar contra Irak y Corea del Norte, además de oponerse al genocidio en Los Balcanes o en cualquier otro lugar sin comprometer su potencial para solucionar a su favor dos MRC -Major Regionals Conflicts, BGH-. E, igualmente, desde ahora –pues sin remedio acaecerá debería ir preparando una futura guerra con Rusia o China”. Posteriormente sostiene que “aunque la próxima guerra estallará con casi toda seguridad cuando un agresor regional ataque a un aliado de EEUU y no cuando se utilice la fuerza contra nuestro país, cada potencial adversario ya está preparando sus fuerzas para enfrentarse contra el ejército estadounidense” (2005: 135, 137, subrayado nuestro).

Resulta interesante las afirmaciones de Richard Perle, principal ideólogo de los neocons, sostenía al final de la administración Clinton que: “parece claro que la actual administración abandonará el gobierno antes que Sadam, por lo que cualquier iniciativa política en relación con Irak será adoptada por la administración venidera. Si la próxima administración tiene que proteger los intereses de EEUU en el Golfo –Pérsico, BGH- y crear las condiciones propicias para establecer una estabilidad perdurable en la región, debe formular una estrategia política y militar GLOBAL para derrocar a Sadam y a su régimen (2005: 200). Importante también son los planes geoestratégicos ya esbozados en el 2000 por los neocons y que van a ser parte del objetivo principal de la lucha contra el terrorismo: “un Irak fuerte –o, por lo menos, un Irak que no esté abocado a una guerra civil que comporte el riesgo de la desintegración política- es esencial para contener a Irán” (2005:194)

De lo anterior se desprende que tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, el objetivo de la guerra contra el terrorismo, ha sido siempre y en primer lugar, los recursos estratégicos del Medio Oriente. Atacar Afganistán era importante para obtener el apoyo de la opinión pública estadounidense, pero también para el establecimiento de bases militares en territorio afgano para luego emprender una campaña militar contra Irak, con ello obtener el control de los recursos estratégicos iraquíes, impedir que tras la invasión se desarrollara una guerra civil –objetivo que no han cumplido-, y posteriormente lanzarse a una guerra contra Irán, apoderarse de sus recursos petrolíferos, principalmente, y por último, controlar las transacciones de la industria del petróleo y a la vez controlar los suministros de los recursos estratégicos de China y de Rusia, además que por la posición geoestratégica del Medio Oriente, vigilar a Europa, Rusia y China, principalmente.

Se puede contemplar que el gobierno de EEUU es quien potencia los efectos del terror a través de los elementos de “la ilusión de ubicuidad” y “la latencia de la amenaza”, es decir, que los actos terroristas pueden desencadenarse en cualquier lugar del mundo y en cualquier momento:

“Estados Unidos de América libra una guerra contra terroristas esparcidos por todo el mundo. El enemigo no es un régimen político, persona, religión o ideología aislados. El enemigo es el terrorismo premeditado, la violencia por motivos políticos perpetrada contra seres inocentes. La lucha contra el terrorismo mundial es distinta de cualquier otra guerra de nuestra historia. Se librará en muchos frentes contra un enemigo especialmente evasivo, durante un largo período de tiempo. El progreso vendrá a través de la acumulación persistente de éxitos, algunos evidentes, otros no” (2002: 5).

Según la Estrategia de Seguridad Nacional para combatir a esta amenaza los EEUU “utilizará cada herramienta de su arsenal: el poderío militar, la defensa mejorada de su territorio nacional, la aplicación de la ley, la recopilación de inteligencia, y gestiones vigorosas para cortarles el financiamiento a los terroristas” (2002: 1). Sin embargo, esta guerra contra el terrorismo no tiene un rostro determinado, es según el documento “son redes oscuras de individuos” (2002: 1). Es decir, EEUU determinará que personas, grupos, organizaciones y/o Estados deberán ser catalogados como terroristas o aliados de los terroristas. Esa elección se determinará por el interés nacional estadounidense.

A modo de conclusión, queda claro quienes son en realidad los terroristas, es el gobierno de EEUU quien más ha sacado ventajas de toda esta guerra contra el terrorismo, es la camarilla Bush los que a través de los medios de comunicación han desarrollado toda una campaña para mantener a la población en un estado de inseguridad generalizado, y con ello se les delegue la seguridad de la ciudadanía y presentarse como los garantes de la paz y la supervivencia.


Referencias

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Chomsky, N. 2004. Hegemonía o Supervivencia: El dominio mundial de EEUU, trad. Restrepo, C.J. Bogotá: Editorial Norma.

Deutsch, K. W. 1990. Análisis de las Relaciones Internacionales. 2ª ed. Stellino, A. México, D.F.: Ediciones Gernika.

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________ 2007. Religión, Terror y Globalización: Esencia del Imperialismo. Mimeo.

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Marcuse, H.1972. El Hombre Unidimensional. 9ª ed. Trad. Elorza, A. Barcelona: Editorial Seix Barral.

Perle, R. “Irak: Sadam Desbocado”. En Soriano, R. y Mora, J.J. eds. 2005. El Nuevo Orden Americano. España: Editorial Almuzara.

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Taibo, C. 2005. ¿Hacia Dónde nos lleva Estados Unidos?. Barcelona: Ediciones B.

Referencias de Internet

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http://www.offnews.info/inteligencia_seguridad/estrategia_segnacional.htm

PNAC. 2000. Rebuilding America’s Defensas: Strategy, Forces and Resources for a New American Century.
www.Newamericancentury.org/.RebuldingAmericanDefenses.pdf.
_______________________________
[1] Cf: Wilkinson, P. Terrorismo Político. Citado por Kreibohm, P. 2005. p. 13.
[2] Esta definición de Fernando Reinares sobre el terrorismo, tiende más al impacto sobre la población que a los objetivos que busca. Una definición acertada y esencialmente neutral que difiere con el resto del libro, en el cual el autor toma un sesgo ideológico (característico de Occidente) y llega a afirmar que el terrorismo es meramente islámico y son muy pocas veces en las que el Estado y los cristianos cometen actos de terror. Una reseña del libro de Reinares y su respectiva crítica puede ser encontrada en González, B. 2006. Terrorismo Global. En Revista Relaciones Internacionales #69-70.
[3] Cf: Calduch, R. 1991. Relaciones Internacionales. Citado por Kreibohm, P. 2005, p. 23
[4] En neolengua, el doblepensar significa control de la realidad. Tener conciencia de lo que es realmente verdadero al par que se difunden mentiras cuidadosamente elaboradas. Aquí entra la retórica del terrorismo y del contraterrorismo. El crimental podría ser considerado como el pensamiento opositor al discurso oficial o dogma. Se podría catalogar como crimental las teorías de conspiración que afirman que los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 fueron un montaje de la administración de Bush II; o el simple hecho de afirmar que dios no existe y que no es otra cosa que una idea creada por los seres humanos. Todo aquello que contradiga la posición oficial es algo impensable, es un crimen de pensamiento y quien lo cometa es un terrorista y debe ser castigado, y por último exterminado.
[5] Cf: Barthes, R, Le Degré zéro de l’écriture 1953. citado por Marcuse, H.1972, p.131-2.
[6] Estrategia de Seguridad Nacional de EEUU, 17 de septiembre de 2002, Versión digital. http://www.offnews.info/inteligencia_seguridad/estrategia_segnacional.htm. demás citas tomadas del mismo documento.
[7] Discurso pronunciado en West Point, New York, 1 de junio de 2002. tomado del documento de la Estrategia de Seguridad Nacional de EEUU, 17 de septiembre de 2002.
[8] Cf: Townshend, C. “El proceso del terror en política irlandesa”. Citado por Kreibohm 2005, p. 13-4.
[9]Cf: Calduch, R. citado por Kreibohm, p. 23.
[10] Textualmente se afirma que “what we require is a military that is strong and ready to meet both present and futures challenges; a foreign policy that boldly and purposefully promotes American principles abroad; and national leadership that accepts the United States’ global responsibilities”. En Rebuilding America’s Defenses. Presentación del PNAC.