Al celebrarse los 62 años de la abolición del ejército en Costa Rica, actividad a la cual no recuerdo se le hiciera tanta alharaca en años anteriores, en medio de un circo belicista, sentí que desperté en la dimensión desconocida en la que todo era al revés o era un simple simulacro.
Este se volvió un país del simulacro, “donde los habitantes se dedican a celebrar ritos y a manipular objetos y palabras sagradas, cuyo sentido y cuyo fin sin embargo han olvidado”, nos diría Giorgio Agamben. Y eso es lo ha sucedido con la democracia, la soberanía y la paz. Se han convertido en ritos y palabras sagradas sin contenido como resultado del olvido de sus sentidos y sus fines.
Primero, pienso que la palabra “democracia”, debemos escribirla ahora tachando donde dice “demo”, para que nos quede lo que realmente tenemos, “democracia”: un demos (pueblo) sin krátos (poder), un krátos (poder) sin demos (pueblo).
Tenemos una democracia que no acepta la disidencia. En la que unos hermanos sin derecho alguno se presentan como los dueños del país e imponen presidentes, fiscales, diputados/as, magistrados/as, defensores/as de los/as habitantes, contralores/as y demás, como si cambiaran de calzoncillos.
¿Cómo se pretende hablar de democracia cuando “lo democrático” es utilizado como un mecanismo de legitimación de lo represivo?
Por eso fuimos a referendo por el TLC y por eso casi caemos en el referendo del odio. Por eso también tenemos a esta señora de presidente.
¿Cómo no hablar del analfabetismo político de los/as costarricenses en este simulacro de democracia, cuando en tiempos de elecciones no se hizo mención alguna a la política exterior de los/as candidatos/as a la presidencia?
Pienso que desde esas fechas habríamos comprendido que quienes actualmente están en el gobierno nada saben de la Política Internacional, y por eso han hecho un pésimo papel.
Hablemos ahora de soberanía ya que ahora todos/as se rasgan las vestiduras en su nombre y su supuesta defensa. Nos tocaron un antes insignificante suampo y aquél caluroso “Pura Vida” -siempre acogido con cariño por los extranjeros- se convirtió con gritos de guerra en “Pura Muerte”.
Pero, ¿dónde están las vestiduras rasgadas por la pérdida de nuestra soberanía alimentaria? ¿Dónde están los gritos nacionalistas que abogan enfrentar el cercenamiento de nuestra soberanía por parte del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional? ¿Dónde están aquellas personas que se armarán para ir a defender al territorio nacional de una verdadera invasión militar de nuestro vecino del Norte, EEUU, y no de una ridícula escaramuza -la diferencia es enorme- de Nicaragua?
Hablan, gritan y ladran odiosamente la palabra “soberanía” porque nos pisaron un antes insignificante suampo, pero no se dice nada de la privatización de nuestras playas, cedidas a extranjeros.
¿Por qué no gritan soberanía por la privatización de nuestras carreteras, puertos y aeropuertos, que curiosamente son infraestructuras vitales y estratégicas, y que deberían estar siendo administradas celosamente por el Estado?
¿Por qué ahora la soberanía sí importa y no en tiempos del TLC? ¿Por qué la defensa de la Nación es la nueva convicción de los políticos y no cuando privatizan la educación, el seguro social, las comunicaciones y demás servicios e instituciones nacionales?
En realidad, me pregunto, ¿cuál soberanía se está defendiendo, si las colonias no tienen soberanía?
Viene a mi mente la cuestión con la paz.
Maldecimos a Nicaragua por su ataque a la naturaleza, pero no vemos que la “paz con la naturaleza” es una declaratoria de guerra sin cuartel que pretende, precisamente, que la naturaleza descanse en paz.
Vivimos en un país de paz en el que la presidente le declara una guerra a quienes se opongan a la destrucción del ambiente. Un país de paz en el que el gobierno hace público sus sueños mojados de ver militares en nuestras calles.
Un país que se dice pacifista y defensor de los derechos humanos pero que celebra la muerte de una persona a causa del ataque de perros.
Nos decimos pacifistas y le declaramos la guerra a Irak, país con el que no teníamos ningún “pedo existencial”.
Nos jactamos de que “bajo el límpido azul de tu -el nuestro- cielo, blanca y pura descansa la paz”, mientras nuestros cielos son sobrevolados por helicópteros militares, y un viejo avión de guerra.
Al ver este último, recuerdo los temibles “vuelos de la muerte”, que realizaba la dictadura militar argentina del “Proceso de Reorganización Nacional” (1976-1983), en los que se arrojaban la personas vivas anestesiadas al mar.
¿Pero qué paz es esta que defendemos a través de la guerra?
Sin lugar a dudas es la paz orwelliana, que es guerra. Es la paz de los predicadores de la muerte, que gritan “si vis pacem para bellum”.
La paz de los cementerios, que se plasma en los epitafios, Requiescat in pacem.
Es la pax americana, esa paz que se recordará en la historia con la escena de Barack Obama leyendo su discurso de aceptación del premio Nobel, mientras enviaba más militares a sus guerras carniceras.
Imagen que revivimos al celebrar los 62 años de la abolición del ejército, enviando más tropas de la heredera del monopolio de la violencia, a lo que ha sido presentado como un campo de batalla.
Y la paz es suspendida con la excusa de que será protegida. He aquí un punto interesante: argumentamos que Nicaragua está amenazando nuestra paz, la cual hemos decidido suspender, y declararnos en estado de guerra para defenderla.
A fin de cuentas ambas son afrentas a la paz.
Nos burlamos de Ortega porque usó Google Maps, pero ¿dónde están las risas cuando una presidente es declarada la “hija predilecta de la virgen de los ángeles” -como llaman a esa figura mítico-totémica-?. ¿Quién meditó sobre la posibilidad de que esa simple piedra asumiera el cargo de vicepresidente? ¿Por qué no nos burlamos de las puertas mágicas que quitan los pecados de quienes crucen a través de ellas?
En este sentido, resulta extraño que nos burlemos de alguien porque usó una herramienta virtual de la era de la información, mientras nosotros conservamos una mentalidad medieval en pleno siglo XXI.
Celebramos 62 años de la abolición del ejército con un enérgico entusiasmo por el restablecimiento del mismo.
La Chinchilla, empoderada, ya sabe para qué fue puesta como presidente, y no precisamente para posar en la revista Perfil. Los señores de la guerra, han dado ya su beneplácito.
El figuerismo que nos invita a que nos dejemos de “mamaditas”; el morismo que ingenuamente se presenta como la “izquierda legítima” y que no quiere que los “nicas” los vean como “los pendejos y los maricones”; la vieja guardia de liberación, los calderonistas, Monge, en un claro apego a la lógica de la guerra contra el terrorismo, no muy digno de una persona que durante su mandato abogó por la supuesta neutralidad del país, se deja decir que“se está con los invasores o se está contra ellos”.
En fin todos movilizados han dicho SÍ a la guerra. Costa Rica está sedienta de sangre.
No importa que seamos la excepción en la tendencia latinoamericana en reducción a la pobreza. No importa que hayan 700 personas damnificadas por las lluvias en zona norte y litoral Caribe. No importa que los documentos revelados por Wikileaks, los referentes a Costa Rica traten sobre política interna costarricense y que el Legislativo haya aprobado una reforma al Código Penal para sancionar delitos informáticos, en los que curiosamente, frente a esta wikileaksmania, destaque el espionaje y la intervención de la comunicaciones.
Ya no importan las corruptas concesiones. Ni los problemas judiciales de algunos/as candidatos/as a las alcaldías.
Ya nadie habla del Estado Laico, y los derechos de la comunidad GLBTT aún siguen siendo “no prioritarios” para este gobierno ahora ceñido con la guerra.
Atrás quedó la cuestión de la financiación a la Educación Superior y los planes de los sectores oligárquicos, bajo mandato del Banco Mundial, de privatizar las Universidades Públicas.
Ya nada importa, somos un país en guerra.
Y ambos gobiernos nos llevarán a la muerte absurda por mero cálculo político. Ortega solicita al Congreso nicaragüense que se le otorguen poderes de guerra y que se restablezca el servicio militar obligatorio. En Costa Rica, el ala belicista de la derecha nacional, representada por el ministro de seguridad José María Tijerino quien gustoso hizo gala de nuestro incipiente ejército nacional, ha logrado movilizar a la población, promover un nacionalismo rancio, mezclado con xenofobia y racismo. Se habla de la necesidad de restablecer el servicio militar, todos parecen pedirlo a gritos. Es lo propio de un estado de guerra, dirán.
Se ha logrado consolidar la Unidad Política, la gente, extasiada por la euforia nacionalista y el matonismo machista, pronto estará dispuesta a aceptar la consolidación del Estado Total, por eso se totaliza al “enemigo”. Y para justificar la necesidad y la permanencia del Estado Total, se le declarará una guerra al enemigo totalizado. Pero hay un enemigo interno, ya la Chinchilla lo caracterizó e hizo un llamado a la población para que se le unieran en su lucha contra los grupos radicales. Los movimientos sociales son los enemigos internos, son el verdadero objetivo a combatir y la razón para militarizar al país.
La situación se agudiza, los gobiernos se provocan.
La Chinchilla, la “Iron Maiden Tropical”, envía tropas a la frontera, tacha a Ortega de cobarde. Ella comprende ahora su papel. No fue colocada en el poder para que gobernara, ni para mandar, ni nada más que para administrar un proceso que los Arias le heredaron, y que ella está cumpliendo al pie de la letra: el restablecimiento del ejército es la última estocada a lo que queda de la Segunda República. Qué mejor forma de acabar con la Segunda República que destruyendo lo simbólico que la fundó.
No es un sueño, y a pesar de que parezca pesadilla, es nuestra realidad… Están militarizando a Costa Rica… nos encontramos en estado de guerra, la población movilizada se concentra en torno a la presidente, le dan su apoyo, hasta la misma oposición, administrada ya…
Estamos a un paso de que la violencia paranoica común de la guerra se desate y de paso a la violencia física contra ese enemigo y todo lo que representa, ya hablamos hasta de borrar a Nicaragua del mapa y en su lugar colocar el “mar de la felicidad”, una clara alusión al exterminio.
Blanca y pura descansa la paz… ¡en paz! Yo no tengo las manos manchadas de sangre, yo no me uno a la euforia nacionalista ni al matonismo machista.
En cambio usted, quien presuroso/a sacó sus banderitas guardadas para tiempos en los que juega la sele; usted, quien le da su apoyo ciego e incondicional a este gobierno en sus ansias militaristas, no importa que se diga de izquierda, universitario/a, ama de casa, empresario/a, colegial, religioso/a, humanista, etc, es usted un/a asesino/a, sus manos están manchadas de sangre.
Es por usted que la paz yace inerte, pisoteada por las botas militares, denigrada por los llamados a la guerra. ¿Quiere usted ser recordado/a como un asesino?
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